miércoles, 30 de abril de 2008

Relato fragmentado . . . Ricardo Bartis

El director y dramaturgo explica por qué "La pesca" hace referencias al peronismo y al machismo porteño.

IDEA ESCENOGRAFICA BARTIS HIZO UN POZO EN SU ESTUDIO PARA MONTAR "LA PESCA".
Cierto imaginario de la argentinidad merodea La pesca, nuevo trabajo de Ricardo Bartís interpretado por Sergio Boris, Luis Machín y Carlos Defeo. Una zona donde se alternan solapadas referencias al peronismo, la tensión entre el espacio público y privado, la mirada y la ejecución porteña del machismo. Y sin embargo, La pesca podría funcionar también, sin ampulosas alusiones históricas, como un trabajo sobre la erosión de una mitología erigida sobre la tríada expectativa- espera- desilusión. Ciclo que Bartís identifica con el peronismo.

El director hizo una serie de ensayos abiertos de esta obra en la última edición del FIBA. "En aquel momento, todavía no teníamos el agua - dice Bartís- mostramos cuarenta minutos en octubre y los ensayos los habíamos comenzado en junio. Con esta obra es la primera vez que trabajamos con una idea escenográfica fundamental, no podíamos volver atrás con el pozo que hicimos en la sala". Cuando habla del pozo, se refiere a la pileta donde pescan los tres personajes. De hecho, el agujero en la sala será aprovechado en los próximos dos espectáculos que siguen a La pesca; uno sobre el box y otro acerca del fútbol.

La anécdota de la obra se basa en La Gesta Heroica, club de pesca de la década del '60 armado en los subsuelos de una fábrica. Allí, en un agujero inundado con las aguas del arroyo Maldonado, criaron tarariras traídas de Corrientes. Todos los miembros del club, a cambio de una cuota, tenían pique asegurado. Y en ese entorno ficticio, aparecen los tres personajes con un alarde de pescadores que ronda lo patético.

"Desde la actuación buscábamos cosas del mundo masculino, la pérdida amorosa de los hombres, el argot de la pesca que pertenece a un mundo que conozco. Sabía del peligro que iba a producir el reencuentro con algunos actores. Con Machín y Boris no trabajamos juntos desde El pecado que no se puede nombrar. Pasaron diez años. De Machín, me pareció interesante su decisión de trabajar con nosotros. Hay muy pocos actores que con semejante nivel de éxito deciden transitar una experiencia de trabajo arriesgada. Machín elabora una línea de composición que no es su modalidad habitual: narra un personaje de gran fragilidad. Boris narra algo más violento, y Defeo, que hizo un trabajo muy poderoso en De mal en peor, aquí va por otra línea compositiva: hace de viejo".



En "De mal en peor", las líneas narrativas y de lenguaje proponían otras calidades desde la interpretación. "La pesca" gira alrededor de la espera, sin grandes acciones. ¿Sentiste algún riesgo en esta obra?

En De mal en peor, había un sistema narrativo muy poderoso. Varias líneas que circulaban en esa familia y había misterios. En La pesca el mundo está clavado, no hay un desarrollo narrativo pero sí resuenan temas como la masculinidad, el peronismo. En este mundo no pasa demasiado y ése era el peligro en La pesca, ya que el corazón del relato está puesto en la actuación. Pero queríamos hablar del peronismo, de algo que perdura, que no terminamos de entender, que condiciona nuestra vida y al mismo tiempo es un relato agujereado, parcial, contradictorio.



La obra comienza con un cuchicheo en la oscuridad de los personajes, retazos de una discusión entre la izquierda y la derecha del peronismo. Pero luego esa potencia se diluye y los personajes transitan arquetipos y hasta lugares comunes alrededor de lo masculino. ¿Cómo pensaste desde la representación el vínculo entre peronismo y la política?

En la obra hay una tesis: hay una realidad que promueve una expectativa, ir a pescar, y después se produce una fractura y hay muerte y desolación. Entonces hay algo de la historia de este país donde pareciera que el peronismo es lo único que puede movilizar un campo de creencias en lo político. En 2001, cuando lo político estaba en la lona, cuando se había evidenciado el carácter espurio de la política como actividad gerencial y se había abandonado toda creencia de militancia, el peronismo apela a su posibilidad de mitologizar. El dato que dicta la experiencia es que esa expectativa, el más alto punto de conciencia en el pueblo argentino, lo genera el peronismo que lo agita por izquierda y lo va traicionando por derecha.



¿Cómo fuiste concretando esas ideas en la puesta?

Son ideas, estímulos para pensar. Cuando decimos que el mundo es peronista es porque pensamos que la obra produce cierto relato peronista: mitologización de la ciudad, ciertos valores, también tiene algo de mentira, ligado a lo ficticio. El peronismo tiene esa picaresca donde afirma una cosa y al mismo tiempo apela a que eso no es cierto. Eso funciona en las gramáticas sociales de la vida pública argentina. Pero no quiero afirmar tal o cual cosa. Estas fueron excusas para poner en funcionamiento un mecanismo no histórico que es la materia de lo teatral. Es un modo poético donde, en todo caso, más que afirmar o interpretar, sus elementos funcionan poéticamente sobre cierto mundo arquetípico.


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jueves, 24 de abril de 2008

Carta . . . Fernado Peña


29.03.2008

Cristina, mucho gusto. Mi nombre es Fernando Peña, soy actor, tengo 45 años y soy uruguayo. Peco de inocente si pienso que usted no me conoce, pero como realmente no lo sé, porque no me cabe duda que debe de estar muy ocupada últimamente trabajando para que este país salga adelante, cometo la formalidad de presentarme. Siempre pienso lo difícil que debe ser manejar un país… Yo seguramente trabajo menos de la mitad que usted y a veces me encuentro aturdido por el estrés y los problemas. Tengo un puñado de empleados, todos me facturan y yo pago IVA, le aclaro por las dudas, y eso a veces no me deja dormir porque ellos están a mi cargo. ¡Me imagino usted! Tantos millones de personas a su cargo, ¡qué lío, qué hastío! La verdad es que no me gustaría estar en sus zapatos. Aunque le confieso que me encanta travestirme, amo los tacos y algunos de sus zapatos son hermosísimos. La felicito por su gusto al vestirse.

Mi vida transcurre de una manera bastante normal: trabajo en una radio de siete a diez de la mañana, después generalmente duermo hasta la una y almuerzo en mi casa. Tengo una empleada llamada María, que está conmigo hace quince años y me cocina casero y riquísimo, aunque veces por cuestiones laborales almuerzo afuera. Algunos días se me hacen más pesados porque tengo notas gráficas o televisivas o ensayos, pruebas de ropa, estudio el guión o preparo el programa para el día siguiente, pero por lo general no tengo una vida demasiado agitada.

Mi celular suena mucho menos que el suyo, y todavía por suerte tengo uno solo. Pero le quiero contar algo que ocurrió el miércoles pasado. Es que desde entonces mi celular no deja de sonar: Telefe, Canal 13, Canal 26, diarios, revistas, Télam… De pronto todos quieren hablar conmigo. Siempre quieren hablar conmigo cuando soy nota, y soy nota cuando me pasa algo feo, algo malo. Cuando estoy por estrenar una obra de teatro –mañana, por ejemplo– nadie llama. Para eso nadie llama. Llaman cuando estoy por morirme, cuando hago algún “escándalo” o, en este caso, cuando fui palangana para los vómitos de Luis D’Elía. Es que D’Elía se siente mal. Se siente mal porque no es coherente, se siente mal porque no tiene paz. Alguien que verbaliza que quiere matar a todos los blancos, a todos los rubios, a todos los que viven donde él no vive, a todos lo que tienen plata, no puede tener paz, o tiene la paz de Mengele.

Le cuento que todo empezó cuando llamé a la casa de D’Elía el miércoles porque quería hablar tranquilo con él por los episodios del martes: el golpe que le pegó a un señor en la plaza. Me atendió su hijo, aparentemente Luis no estaba. Le pregunté sencillamente qué le había parecido lo que pasó. Balbuceó cosas sin contenido ni compromiso y cortó.

Al día siguiente insistí, ya que me parecía justo que se descargara el propio Luis. Me saludó con un “¿qué hacés, sorete?” y empezó a descomponerse y a vomitar, pobre Luis, no paraba de vomitar. ¡Vomitó tanto que pensé que se iba a morir! Estaba realmente muy mal, muy descompuesto. Le quise recordar el día en el que en el cine Metro, cuando Lanata presentó su película Deuda, él me quiso dar la mano y fui yo quien se negó. Me negué, Cristina, porque yo no le doy la mano a gente que no está bien parada, no es mi estilo. Para mí, no estar bien parado es no ser consecuente, no ser fiel.

Acepto contradicciones, acepto enojos, peleas, puteadas, pero no tolero a las personas que se cruzan de vereda por algunos pesos. No comparto las ganas de matar. El odio profundo y arraigado tampoco. Las ganas de desunir, de embarullar y de confundir a la gente tampoco. Cuando me cortó diciéndome: “Chau, querido…”, enseguida empezaron los llamados, primero de mis amigos que me advertían que me iban a mandar a matar, que yo estaba loco, que cómo me iba a meter con ese tipo que está tan cerca de los Kirchner, que D’Elía tiene muuuucho poder, que es tremendamente peligroso. Entonces, por las dudas hablé con mi abogado. ¡Mi abogado me contestó que no había nada qué hacer porque el jefe de D’Elía es el ministro del Interior! Entonces sentí un poco de miedo. ¿Es así Cristina? Tranquilíceme y dígame que no, que Luis no trabaja para usted o para algún ministro. Pero, aun siendo así, mi miedo no es que D’Elía me mate, Cristina; mi miedo se basa en que lo anterior sea verdad. ¿Puede ser verdad que este hombre esté empleado para reprimir y contramarchar? ¿Para patotear? ¿Puede ser verdad? Ése es mi verdadero miedo. De todos modos lo dudo.

Yo soy actor, no político ni periodista, y a veces, aunque no parezca, soy bastante ingenuo y estoy bastante desinformado. Toda la gente que me rodea, incluidos mis oyentes, que no son pocos, me dicen que sí, que es así. Eso me aterra. Vivir en un país de locos, de incoherentes, de patoteros. Me aterra estar en manos de retorcidos maquiavélicos que callan a los que opinamos diferente. Me aterra el subdesarrollo intelectual, el manejo sucio, la falta de democracia, eso me aterra Cristina. De todos modos, le repito, lo dudo.

Pero por las dudas le pido que tenga usted mucho cuidado con este señor que odia a los que tienen plata, a los que tienen auto, a los blancos, a los que viven en zona norte. Cuídese usted también, le pido por favor, usted tiene plata, es blanca, tiene auto y vive en Olivos. A ver si este señor cambia de idea como es su costumbre y se le viene encima. Yo que usted me alejaría de él, no lo tendría sentado atrás en sus actos, ni me reuniría tan seguido con él.

De todas maneras, usted sabe lo que hace, no tengo dudas. No pierdo las esperanzas, quiero creer que vivo en un país serio donde se respeta al ciudadano y no se lo corre con otros ciudadanos a sueldo; quiero creer que el dinero se está usando bien, que lo del campo se va a solucionar, que podré volver a ir a Córdoba, a Entre Ríos, a cualquier provincia en auto, en avión, a mi país, el Uruguay… por tierra algún día también.

Quiero creer que pronto la Argentina, además de los cuatro climas, Fangio, Maradona y Monzón, va a ser una tierra fértil, el granero del mundo que alguna vez supo ser, que funcionará todo como corresponde, que se podrá sacar un DNI y un pasaporte en menos de un mes, que tendremos una policía seria y responsable, que habrá educación, salud, piripipí piripipí piripipí, y todo lo que usted ya sabe que necesita un país serio. No me cabe duda de que usted lo logrará. También quiero creer que la gente, incluso mis oyentes, hablan pavadas y que Luis D’Elía es un señor apasionado, sanguíneo, al que a veces, como dijo en C5N, se le suelta la cadena. Esa nota la vio, ¿no? Quiero creer, Cristina, que Luis es solamente un loco lindo que a veces se va de boca como todos. Quiero creer que es tan justiciero que en su afán por imponer justicia social se desborda y se desboca. Quiero creer que nunca va a matar a alguien y que es un buen hombre. Quiero creer que ni usted ni nadie le pagan un centavo. Quiero creer que usted le perdona todo porque le tiene estima. Quiero creer que somos latinos y por eso un tanto irreverentes, a veces también agresivos y autoritarios. Quiero creer que D’Elía no me odia y que, la próxima vez que me lo cruce en un cine o donde sea, me haya demostrado que es un hombre coherente, trabajador decente con sueldo en blanco y buenas intenciones.

Cuando todo eso suceda, le daré la mano a D’Elía y gritaré: “Viva Cristina”… Cuántas ganas tengo de que todo eso suceda. ¿Estaré pecando de inocente e ingenuo otra vez? Espero que no.

La saluda cordialmente,

Fernando Peña

martes, 22 de abril de 2008

¿El principio del fin? . . .


Mirtha Legrand volvió ayer a la pantalla de América y anunció que este sí será su último año, en el que cumplirá cuatro décadas al aire.


Esta vez sonó demasiado cierto. No hubo guiños a cámara, ni emoción exagerada, ni suspenso. Apenas pasadas las 13.15, inaugurando nueva escenografía y de impecable vestido de gasa rosa pastel ("su color"), sobria, menos estridente y más serena que en otros regresos, "volvió la Legrand y se fue el humo", saludó Mirtha a la audiencia, que siempre se renueva. "Cuarenta años señores, 40 años, no se puede creer... Yo quería llegar a los 40 y he llegado. Y esto es definitivo... y definitorio. Esta vez sí, he tomado la decisión, y no se rían, de que sea el último".


Con esas palabras abrió Mirtha Legrand la temporada número 40 de su clásico Almorzando..., después de dos meses sin aire. "Yo estoy aquí para disfrutar, dis fruten de todo lo que la vida les ha dado, sea poco o mucho". Después de los saludos y agradecimientos habituales, la apertura incluyó un discreto compilado de fotografías de algunos hitos de los últimos 40 años de almuerzos, con los testimonios grabados de dos de sus nietos, Juana y Nacho Viale, y de su productor histórico, Carlos Rottenberg.

"Hola abuela, lograste lo que nadie, que esté grabándote un saludo... Te quiero, acá somos cada vez más... te mando un beso desde el otro lado de la Cordillera", fueron las palabras de Juana, a quien hace rato no se ve en pantalla y a quien la abuela prometió sentar este año a su mesa. A continuación, Nacho (también productor del programa) habló de la admiración por su trabajo, celebró los 40 años al aire y ratificó aquello de que "según me dijiste, tomaste la decisión de que sea el último. Pero sean los años que sean, el mérito es que hayas llegado hasta acá". Finalmente Rottenberg recordó a Daniel Tinayre, el esposo de la conductora y creador del programa.

El almuerzo tuvo como invitados a "dos genios, dos seres maravillosos, cuando me dijeron que venían los dos no lo pude creer": Antonio Gasalla y Enrique Pinti, juntos por primera vez en un almuerzo. Los cómicos bajaron la escalera de la mano y enseguida pasaron a la mesa.

La charla repasó, fluidamente y sin forcejeos, algunos de los tópicos que se imponían, tanto del espectáculo como de la Argentina y el mundo. Y aunque no hubo mayores sorpresas ni grandes declaraciones, mantuvo el ritmo sostenido de tres interlocutores informados, inteligentes y filosos. La crisis del campo, el humo sobre Buenos Aires, el enfrentamiento entre Pergolini y Tinelli por el bailarín ciego, el estilo de la presidenta Cristina Kirchner, los vaivenes de la política internacional, la pelea (que según Gasalla no fue tal) con Nito Artaza, el próximo show de Pinti (Hairspray) y lo mejor: la serie de anécdotas, personales y compartidas, de los humoristas. Como cuando Pinti recordó la vez que Gasalla le revoleó un paraguas en plena pista de aterrizaje después de un vuelo, harto de que obstaculizara el paso aferrado al accesorio fetiche. O cuando, en una gira, lo llevó de prepo a cortarse las uñas de los pies porque no le entraban los zapatos. Para el cierre, María Martha Serra Lima estrenó el escenario que, este año, completa el decorado del estudio.

lunes, 21 de abril de 2008

Cuidado con los huevos . . . Fernando Peña


Uno no para de aprender cosas en esta vida. El miércoles cuando llegué a casa después del cine, María, la señora que trabaja y vive en mi casa, me miró con cara de alerta nacional y exclamó: “¡Fer, la gallina no es buena ponedora, se come los huevos!”

De más está contarles que tengo un gallo y una gallina en el jardín de mi casa, pero no sabía que había malas y buenas ponedoras. Lo que esta gallina hacía era picar la cáscara del huevo que ponía y se lo comía. Automáticamente pensé en el instinto maternal, ¿no existía en esta gallina? Me puse a pensar detenidamente en este punto.

Al principio me causó mucho rechazo y bronca que la gallina hiciera eso con su propio huevo. Me dieron ganas de abrir la puerta del gallinero y dejarla escapar, de desplumarla y hacerla al horno aunque no me provocaba demasiado comerme una mala madre.

Enseguida me acordé de Jorge Luz. Jorge y yo trabajábamos juntos en el año 2000 en la televisión, en un programa que se llamaba Viva la diferencia. Una noche, cuando llegué al estudio, destrozado del estomago –me había comido un carpincho el día anterior y tenía un dolor indescriptible–, pensé que me iba a morir, pensé que iba a reventar.

En seguida Jorge me recordó uno de sus cuentos: me contó que estando de gira en Santa Fe, en un restaurante, se levantó de la mesa para ir al baño y vio sobre el mostrador del boliche una vizcacha al escabeche. La vizcacha estaba aplastada contra el vidrio del frasco en el que estaba encerrada y lo miraba fijo con el gesto con el que había muerto. Con la cara del segundo fatal de cuando le habían pegado el tiro final.

Esto a Jorge le había causado muchísima impresión. Nunca más pudo comer una vizcacha al escabeche. Esa noche, cuando le comente lo del carpincho, me dijo:

–¿Sabés qué pasa?

–¿Qué?

–Te estás comiendo toda la rabia del bicho cuando lo mataron… es bravo el tema, por eso estos animalitos preparados así caen como el culo.

¿Por qué la gallina se había comido su propio huevo, su futuro hijo? Comparé el episodio con las madres que tiran a sus bebés por el inodoro o a los tachos de basura en las calles. Eso nunca lo pude entender… La verdad es que, personalmente, no me gustan demasiado los chicos y tengo claro que jamás adoptaría uno: no sirvo para criar.

No tengo por ahora ni la paciencia ni el amor necesarios, pero de ahí a tirarlo o comérmelo hay una distancia enorme. ¿Por qué algunas madres se deshacen de sus hijos? ¿Por qué algunos padres también? El descarte de un hijo, además, no es solamente físico. Es no hablarle, no escucharlo, no notarlo, no quererlo. Y me detengo ahí, en no quererlo. Hay padres que no quieren a sus hijos. Me refiero al querer como sinónimo de voluntad. El querer como sinónimo de ganas, como cuando se dice que uno no quiere tener perros o gatos.

Muchos hombres y mujeres se sienten amenazados con la llegada del hijo o la hija. Los celos que produce la idea de que ese nuevo miembro de la familia conquiste a su pareja hace a veces que la gente no sirva como padres.

Los de clase media a alta piensan que tirar a un hijo a la basura o por el inodoro es de negros o de pobres. He visto muchos padres de clase media o alta, o bien educados, o como los quieran llamar, que ahogan y matan a sus hijos cotidianamente, sin darse cuenta de que lo están haciendo, sin conciencia ni nada.

Antes de tener un hijo es imprescindible preguntarse si lo vamos a poder querer. Sí, sí, leyeron bien. No es tan fácil querer a un hijo, no es tan natural. Debemos preguntarnos si queremos tener un hijo o es simplemente un capricho cultural y social.

Percibo que hay parejas que sienten que sin hijos son menos pareja, que no se aman lo suficiente o que serán mal vistos por sus amigos, sometiendo a la vidita por venir a llenar una catarata de carencias y de estatus varios que adornan y engalanan sus vidas. Seamos valientes y responsables a la hora de “encargar” un hijo. Basta de decir: “está esperando familia”.

No están el tío, el primo, la abuela ni el cuñado dentro de ese vientre. Hay una persona, una vida que en muchos casos se beneficia más no viniendo al mundo que viviendo con ciertos padres. No es tan grave no tener hijos si realmente no los queremos, lo gravísimo es tenerlos por inercia, porque sí, a lo conejo, al por mayor, como quien colecciona muñecas, como quien pone huevos y se los come.

Ese loco Berretin . . . Rita Cortese


Con una platea repleta de los amigos que fue cosechando en años de trajinar escenarios, canales de televisión y sets de filmación, Rita Cortese presentó su primer disco, El amor, ese loco berretín. Fue el sábado a la noche, en el teatro IFT, y a la cita, parece, no faltó ninguno de sus afectos artísticos. Sin repetir y sin soplar, la larga lista abarcó a, por ejemplo, Andrea del Boca, quien fue hija de Rita en El sodero de mi vida; Cristina Banegas y Virginia Innocenti, otras dos actrices que también se le animaron al canto; Gloria Carrá y su novio, Luciano Cáceres, quienes fueron corriendo al teatro después de la presentación de Patito feo en el Monumento a los Españoles; Mónica Antonopulos y su novio, Coraje Avalos; Adriana Aizemberg; Esmeralda Mitre; el poeta Fernando Noy, que aportó uno de sus versos para ilustrar el interior del CD; Karina K; Alejandro Paker; Fernanda Mistral; María Onetto; Liliana Herrero y María Ibarreta.

Cortese interpretó la mayoría de los tangos, canciones y valsecitos criollos que integran el disco, que reúne clásicos y rescates de autores como Cadícamo, Discépolo, Manzi, Fresedo, Gardel o Celedonio Flores. Así, Cortese cerró un ciclo de dos años con este espectáculo. Prometió preparar otro disco, pero ahora se abocará otra vez a la actuación: participa de dos programas en Canal 7 y será la madre de Ringo Bonavena en la película que protagonizará Rodrigo de la Serna.

domingo, 20 de abril de 2008

La Pesca . . . Ricardo Bartis


Una vez más, Ricardo Bartís ( Postales argentinas , El pecado que no se puede nombrar , De mal en peor ) sorprende, intriga, deslumbra. Parientes cercanos de Vladimiro y Estragón, y de los marginados de El cuidador , de Pinter, los protagonistas de La pesca son, sin embargo, entrañable y patéticamente porteños. Dolorosamente porteños. René y don Atilio, fanáticos de la pesca, arrastran a Miguel Angel a una aventura nocturna: explorar en el subsuelo de Buenos Aires -ahí nomás, a un paso de donde se representa la obra, cerca del entubamiento del Maldonado- el antro donde años atrás funcionaba una escuela de pesca, La Gesta Heroica. En el lugar abandonado queda lo que parece apenas un charco, un estanque pequeño, pero de profundidad insondable, donde, según la leyenda popular, siguen reproduciéndose las tarariras antaño usadas en la escuela para practicar, ahora mutadas en una especie agresiva, la tararira "titán", que sería antropófaga. La atmósfera inquietante sugiere la ciudad subterránea de túneles, cloacas y pasadizos, por encima de la cual vivimos sin pensar en las tinieblas de allá abajo y sus siniestras criaturas. Las andanzas de los tres evocan tanto la inolvidable travesía en la noche porteña, descripta por Leopoldo Marechal en Adán Buenosayres , como también las estrafalarias empresas de las criaturas de Arlt (autor a quien Bartís conoce muy bien) y el Informe para ciegos de Ernesto Sabato.

Pero la trama de La pesca es muy original. A los tres exploradores tal vez los une una de esas amistades enfáticas, tan nuestras, nacidas en el café, a partir de pura abulia, indefensión y fantasía pronta a embarcarse en cualquier sueño delirante que prometa, mágicamente, riqueza y lujuria. El anciano don Atilio, ya con un pie del otro lado (cardíaco, asmático, operado de cáncer de colon), es el maestro indiscutido, sabedor de todas las triquiñuelas del oficio. René, joven todavía, es el más cultivado (por su discurso desfilan las cuevas de Altamira, los vocablos homófonos, la luz de estrellas ya muertas pero que aún recibimos), el más sensible, el enamorado en vano de una tal Alicia, que es hija o hijastra de don Atilio. Miguel Angel, neófito en cuanto a la pesca, comerciante al parecer próspero, oculta bajo el saco y la corbata (el único así vestido) a la bestia urbana pronta a resolver los conflictos por la violencia.

Amo y esclavo

La pesca parece, entonces, apenas un recurso para solventar quién manda a quién, el juego eterno del amo y el esclavo. También es el pretexto para conversaciones erráticas, en las que no se trata de comunicarse con el otro sino de exponer la pavorosa soledad que asedia a cada uno ("a mí me encanta estar solo", confiesa René, aunque también asegura que muere por la famosa Alicia). De ahí la inconsecuencia de estos diálogos de sordos, inmensamente divertidos (tan aguda es la sensibilidad de Bartís para el habla cotidiana), que incitan a la risa y son, a la vez, de una tristeza profunda. Con destreza, el autor y director enhebra una situación tras otra, de impresionante teatralidad -hasta los prolongados silencios son significativos-, pues cierran cada vez más el cepo de la angustia y la desolación, hasta un desenlace cuya potencia dramática nos deja estupefactos.

Maestro indiscutido de actores, el autor y también director extrae de su elenco interpretaciones impecables: nos aventuramos a pronosticar que Machín, Boris y Defeo están recreando personajes que se incorporarán al imaginario público. Contribuye a la excelencia del espectáculo la admirable ambientación de Norberto Laino, con las luces sugestivas de Pastorino: un antro sombrío, en extremo realista y a la vez misterioso, un verdadero círculo infernal.

lunes, 7 de abril de 2008

Los Padres Terribles . . .


Buenos Aires, martes 3 de julio de 2007-. De Jueves a Sábados a las 21.00 hs y todos los Domingos a las 19.00 hs, no te pierdas Los Padres Terribles, de Jean Coucteau, con un gran elenco en el Teatro El Cubo, Zelaya 3053 (a una cuadra del shopping del Abasto). 

Mirta Busnelli, Luis Machín, Nahuel Perez Biscayart, Noemí Frenkel y María Alché encarnan Los Padres Terribles, una comedia negra, salvaje e impredecible que retrata un mundo donde los adultos son como niños cometiendo terribles crímenes. Con la dirección de Alejandra Ciurlanti, Los Padres terribles sacude, divierte, deleita y desorienta, contando la historia de una familia disfuncional que se retuerce en la agonía de la pasión orientada hacia las personas equivocadas.

Cuando parece que todas las piezas podrían encontrar su lugar, una drástica decisión deja a cada uno de los personajes enfrentado consigo mismo, y la farsa que había comenzado graciosa y romántica, culmina como una perversa pesadilla, con forma de comedia de boulevard.
 La obra

En 1938 Jean Cocteau escribió Los Padres Terribles para su amante de entonces, el actor Jean Marais, durante una prolongada sesión de opio de ocho días. El tratamiento irreverente de un tema taboo como el amor obsesivo entre una madre y su hijo, tomando las convenciones y clichés del vaudeville (infidelidad, adulterio, confusión de identidades) para crear una farsa feroz e hilarante, produjo la inmediata reacción del Consejo Municipal de París que procedió a cancelarla por inmoral inmediatamente después de su estreno, ese mismo año.
En 1995 la pieza pasó con rotundo éxito de público y crítica por los escenarios de Londres y Broadway, con un elenco integrado por Kathleen Turner, Eileen Atkins y un entonces desconocido Jude Law.