lunes, 25 de agosto de 2008

Mi Soledad . . .


Ahí estoy en mi soledad -esa tan típica mía-, mi papá y mi hermano se iban a comer al puerto, yo decidí quedarme. Antes de salir, papá me tomó la foto. Tengo grabado ese instante antes de mi tan ansiada soledad, ese momento en el que la cámara hizo clic, salió el flash. Y pensé: "por fin se van"

domingo, 24 de agosto de 2008

Los miedosos popes de la tevé - Fernando Peña


Las cosa se va a poner fea cuando acabe Beijing. Cuando lleguemos a casa y ya no nos vayamos a China de viaje como nos estamos yendo ahora, ¿qué haremos? Cuando la televisión caiga otra vez en su programación habitual, tendremos que padecer ooootra vez la adormecida y tibia televisión argentina.

Redefinamos hoy el término “televisión”. En cada reportaje que me hacen una de las últimas preguntas es: “¿Y cómo ves la televisión de hoy?” Uffff. La televisión es un simple aparatito que muestra, no refleja, la vida tal cual es. Nunca nos cuestionamos lo que vemos a diario en la calle. Cuando nos sentamos en un bar y miramos para afuera no debatimos sobre lo que estamos mirando.

La gente pasa, suceden cosas en todo momento, se dan situaciones estrafalarias y nadie analiza lo que ve. Lo ve y punto. Veamos la televisión y no hablemos más del tema. Sobreintelectualizando vamos embruteciendo, vamos perdiendo sensibilidad, es como escribir una teoría de lo que sentimos al comer un helado de dulce de leche. Agarrá el cucurucho, chupá y tragá y callate.

Lo mismo deberíamos hacer con la tele. Deberíamos volver a drogarnos con Toddy para mirar sin culpas Popeye o Los picapiedras. No pensábamos en nada y sin embargo no era la tele una fábrica de ignorantes. Están de moda ahora dos estupideces, bien estúpidas, como todo lo que está de moda; una de ellas es decir que uno no usa celular y la otra es decir que uno no ve televisión. ¡Pero por favor! No le creo a nadie que diga alguna de esas dos cosas, a no ser que viva bajo tierra; la información, la comunicación, la televisión y la radio son como un virus electrónico que penetra en el tejido social y está muy lejos de nuestro control detenerlo.

La masa que pasa por una vidriera de una casa de electrodomésticos siempre, aunque sea por un segundo, pispea la imagen que muestra el televisor en exhibición. Puede usted ser una vieja alemana nazi que vive en Martínez en un piso 14 cobrando los quince mil euros de rentas de su führer muerto, odia a la Argentina y a los argentinos porque somos todos latinoamericanos y usted no puede, usted señora, no conocer a Tinelli ni importarle con quién almuerza Mirtha, pero seguro que tiene tele, aunque sea para mirar, como usted dice, sólo los canales de cultura, ballet y ópera. Pero usted mira televisión.

Basta de irla de inteligentes, seamos inteligentes de una vez y sepamos que disfrutar de la televisión no es un pecado y tampoco significa que uno es un bobo. Encendé la tele y escuchá de lo que quiero hablar hoy.

El problema de la televisión de hoy no son sus televidentes, son sus productores, sus dueños, sus directores artísticos. Estas amas de casa en pantalones y corbata que en lo primero que piensan es en “cómo lo tomará mi madre”, como me dijo una vez un “groso” de la tele. Estos corderitos disfrazados de lobos que lo único que quieren es un buen rating no saben cómo conseguirlo. Lo único que hacen es copiarse los unos a los otros, copiar formatos extranjeros y arrancarse las pestañas para ver quién le pone más guita a Ricky Martin, la nueva madre soltera que con sus mellizos empañó a los mellizos Pitt-Jolie.

Estos mediocres ascendidos devenidos en peces gordos siguen conservando su pulpa prudente a la hora de programar sus canales, cansando a una Doña Rosa que en cualquier momento los saca de sus cómodos sillones de cuero a plumerazos en el orto. La programación que ofrecen es una estafa, muchachitos.

Me llamaron muchísimas veces para hacer televisión, el cuento y la promesa siempre es la misma: “Queremos hacer un programa diferente, desacartonado, que no se parezca a nada, corrernos de Gianola y alejarnos de Petinatto… va a ser totalmente original, muy bien producido, vamos a salir a la calle y hay unos pibes nuevos guionando que tienen una cabeza increíble”. Desconfío de la oferta, la rechazo y un mes después veo la promo de aquel programa que me habían ofrecido y ya huele a fracaso, a ya visto.

Anteayer me llamó un productor de un importante programa de televisión que esté entre lo mejorcito de lo que se ve para proponerme hacer un test, un remanido y tonto test que queda viejo, forzado y caduco. Tomé aire antes de contestarle que sí y como un rayo al centro del cráneo retumbó el trueno del definitivo no.

“No, no lo voy a hacer, sabés, decile a tu jefe que ya no es novedad que yo haga un test, que por favor se anime a hacer otro tipo de televisión, a nadie le interesa que Peña conteste preguntontas, como diría Portal, decile que si quiere que el programa explote en rating que consigan un burro erecto, yo encremado y dado vuelta contra una puerta de establo y que lo vendan para el próximo bloque”. Se rió y me cortó.

Para ir al programa de la Legrand también fueron idas y vueltas eternas de conversaciones con condiciones absurdas entre mis productores y los de la señora. Todos tenían pánico, no miedo, pánico, terror. Señores productores de televisión, entiendan que no se puede hacer televisión con miedo y mucho menos con precaución.

La verdadera televisión es la que muestra YouTube… la vida, como es. Un pendejito de 13 años con una handycam filma como mea un Mercedes nuevo estacionado en la puerta de su cuadra en un barrio paquete de Viena y en un día logra millones de visitas sin ningún “genio” o “creativo” que calienta sillones al pedo.

La sociedad quiere verse de una vez por todas y para eso hay que mostrársela tal cual es, sin preproducción. Necesitamos conductores que miren a la gente y no a la lente, conductores que dejen de hacerle la genuflexión eterna a los pnts, que muestren lo que hay detrás del cartón pintado. Conductores vivos.

Se esta dando vuelta la torta y los televidentes son fieras, tiburones que ahora quieren cuerpos frescos en el mar, mientras los popes de la tele se atrincheran aterrados detrás de escritorios con almanaques que se vencen y grillas sin propuestas originales.

Televisar Youtube es una salida que varios ya están utilizando, pero en cuanto la doña se aggiorne y se compre una laptop te apagó la tele, querido pope. De Francella y Peña estamos hartos, Rony travestido en esos trajes espantosos que le ponen no me cierra, Maru Botana me grita y me ordena que sea feliz, el momento light al final del noticiero proponiendo que le pongan un nombre al panda recién nacido me tiene harto.

Pachu y Pablo ridiculizando lo ya ridículo me retumba y me redunda, era novedoso en la época de Casero y tiene una textura diferente en el teatro, pero no a las ocho de la noche mientras estoy condimentado la colita de cuadril, me aburrió. Prefiero ver a los pastores brasileros que por lo menos son verdaderos. No los veo, mis queridos popes, gerenciando la TV que viene. Renuncien con dignidad y que dirija el pendejo de trece.

jueves, 21 de agosto de 2008

Maruja Bustamante: Una mirada personal . . .


Actriz, dramaturga y directora. Desde esta semana tendrá dos obras en cartel y armó el novedoso proyecto Suiza.

Con 29 años, Maruja Bustamante es una de las directoras más inquietas y personales de la nueva generación del teatro alternativo porteño. Su modo de creación dibuja, luego de la pesada herencia del teatro producido por los consagrados de los noventa, cierto esbozo de una teatralidad genuina en el contexto de producción donde inserta sus espectáculos.


Es actriz, dramaturga y directora y actualmente tiene en cartel Adela está cazando patos y este fin de semana reestrena Mayoría, destacado trabajo acerca de la revuelta del mayo francés, que hizo una breve temporada en el Centro Cultural Rojas.

Además, junto a Lisandro Rodríguez, coordina Suiza un proyecto de perfomances que se realizan cada quince días en La Casa del Hombre Elefante, donde jóvenes actores y directores testean algunos de sus materiales.

Y por último, en cine, acaba de terminar su participación en un documental sobre el poeta Néstor Perlongher, dirigido por Santiago Loza (Extraño, Cuatro mujeres descalzas). De ese modo, Maruja Bustamante traza las coordenadas de su autenticidad, con una mezcla de estética naif, rigurosidad y presencia ineludible en el panorama teatral porteño.

La nota se hace en una de las habitaciones de su casa, espacio despojado de muebles y sillas, ubicado a pocas cuadras de Lavalle y Callao. Mates y alfajorcitos de chocolate son la consumición que acompaña la charla. Mientras su asistente y amigo Gael Policano Rossi ceba mates, Maruja Bustamante cuenta que se formó con Helena Tritek, quien la dirigió en varias puestas. Realizó, entre otros homenajes a poetas, Pessoa a persona, con textos de Fernando Pessoa donde compartió escenario con Luciano Cáceres y Alejandro Viola, del grupo Los Amados.

"Empecé a tomar clases con Tritek a los 17 y me marcó profundamente. Una de las cosas que me transmitió fue el amor por la poesía — dice—. Ella es muy tímida, no le gusta que la adulen mucho. Algo de esa humildad me enseñó mucho, porque me transmitió cómo un artista tiene que manejar el ego, que no tiene que perderlo, pero tiene que manejarlo. Pero un día Helena me dijo que tenía que hacer mis cosas, que debía montar mis propias obras y no estar más detrás de alguien como asistente y me largó. Después de eso, me quedé bastante tiempo desconcertada."

Maruja tardó, pero volvió al teatro con la dirección de Fronterizos, una obra del ciclo Teatro x la identidad; también dirigió Si no vuelvo, no te asustes, en la fábrica recuperada IMPA. A la par, gestó desde 2005, en el teatro El Cubo, uno de los primeros festivales de la escena Queer en Argentina cuya próxima edición se realizará en 2009. En ese mismo teatro del Abasto, el año pasado estuvo a centímetros de dirigir a Leticia Bredice y María Fernanda Callejón. "Fui a un casting, no sabía para qué era, y me enteré que era para una obra escrita por Leticia Bredice: La cola del avión. Bredice me pidió que la dirija —recuerda—, pero no me animé. En ese momento sentí que no iba a poder con la situación, veía la masividad que tenía Leticia cada vez que entrábamos a un bar para charlar y eso me dio un poco de miedo".

Mayoría, que se reestrena este fin de de semana es un espectáculo sobre el mayo francés que se estrenó en el Centro Cultural Rojas. Aquí, Bustamante ideó una puesta basada en cierta iconografía y en consignas de la época con un elenco de catorce actores. La alquimia resultó extraña. "Tenía miedo de dos cosas: no quería una obra paródica ni solemne. Necesitaba que los chicos entendieran qué es comprometerse. Les dimos textos de El manifiesto comunista, El Capital, el Manifiesto feminista, un poema de Pessoa. Eran todos muy jóvenes, estaban lejos de cualquier fragor revolucionario, pero esos textos los arengó en algo. La idea de Mayoría es interpelar directamente al público, todos los que vienen salen contentos o turbados. No saben qué les pasa." -



viernes, 15 de agosto de 2008

Flores entre Legrand y Peña


"¿Por qué querías venir?", preguntó ayer al mediodía Mirtha Legrand. "Porque te amo", contestó casi arrobado Fernando Peña y dejó sin argumentos a quienes imaginaban un encuentro de ribetes explosivos e impredecibles en el mediodía de América.

El diálogo se escuchó al comienzo del almuerzo que Legrand y Peña compartieron ayer a solas en la mesa redonda que el programa parece resuelto a usar cada vez que aparecen estas circunstancias especiales. En el cierre, luego de casi 100 minutos de charla, la anfitriona le retribuyó los piropos del comienzo a su invitado: "Has estado adorable y los fantasmas quedaron atrás".

En el medio, hubo reparto de flores, besos, abrazos y regalos. Legrand recibió a Peña con una gigantografía que reproducía la imagen de tapa del libro Gracias por volar conmigo . El actor llegó al estudio vestido con un extravagante atuendo de remera, pollera escocesa, botas negras y muchos adornos, más un ejemplar del Libro de oro, de Mirtha Legrand, en pos de una dedicatoria, y un cuadro en el que enmarcó una invitación que el gobierno de la ciudad le hizo llegar en ocasión de un reconocimiento a la diva en tiempos de Aníbal Ibarra. También trajo a su mascota, una diminuta perra, que permaneció al lado de la mesa durante todo el almuerzo.

Legrand, finalmente, leyó un texto manuscrito que Peña escribió sobre una suerte de papiro: "Jamás conocí a nadie que se ame tanto. Y ésa es la base para ser feliz", dice la dedicatoria del actor hacia la diva.

"¿Vos hablaste mal de mí alguna vez", quiso saber Mirtha. "Miles de veces -contestó Peña-. Pero porque yo hago humor al extremo, que es algo sanador."

No hubo en el encuentro más pimienta de la que surgió de algunas palabras soeces en boca de Peña, que en todo momento quiso evitar expresiones relacionadas con la política o la actualidad. Tuvo como aliado en este propósito el estilo planteado por Mirtha, con el que se mostró coincidente: hablar de todo, con asociaciones libres y con temas que iban y venían todo el tiempo, sin detenerse en alguno de ellos. Se declaró desilusionado con los Kirchner y en un momento definió a la Presidenta con el adjetivo "tambaleante". También dijo del dirigente piquetero Luis D Elía que "es un hombre que trabaja de perturbador".

En un momento, Mirtha le preguntó a Peña si se drogaba. La respuesta fue afirmativa. "Yo no soy ningún rockerito de esos que dicen «aguante la droga». Es algo peligrosísimo y mata, pero yo la consumo. Detesto las palabras apología y discriminación. La cocaína es mala, pero yo la elegí y ahora tomo a piacere , cuando quiero. Y aunque sea mala, me pega bien. No tengo culpa ni la quiero dejar, pero no se la recomiendo a nadie", explicó.

También se refirió a su estado de salud como portador de VIH ("La curación es interna y está en la cabeza. La medicación hay que tomarla y darle para adelante. Yo me siento muy bien") y a su vínculo con la TV ("Yo no quiero trabajar ahí, yo soy de las tablas. Quizás el problema que tienen conmigo es el miedo"). Y hasta tuvo tiempo para soltar alguna lágrima cuando vio imágenes de la película Un hombre cualquiera (1954), en la que su abuela, Gloria Bayardo, aparece junto con Narciso Ibáñez Menta.

domingo, 3 de agosto de 2008

Marikena, en un montaje imperdible


Viejitos chotos . Canciones de Jorge Schussheim interpretadas por Marikena Monti, con Martín Pavlovsky al piano. Libro: Patricia Zangaro. Arreglos musicales: Freddy Vaccarezza. Ambientación: Eduardo Bergara Leumann. Asesoramiento coreográfico: Ana María Stekelman. Vestuario: Mónica Mendoza. Asesoramiento físico: Susana Balech. Peinador: Daniel Calderón. Colaboración artística: Cecilia Gianotti. Iluminación: Omar Possemato. Dirección y puesta en escena: Alejandro Ullúa. En el Maipo Club. Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: muy buena

El nombre del espectáculo es el título de una de las muchas canciones de Jorge Schussheim que Marikena Monti entona en el pequeño escenario del Maipo Club, en el segundo piso de la centenaria sala de la calle Esmeralda. Sencilla, elegante y eficaz, la puesta en escena de Ullúa, con una ambientación entre cómica y poética (como corresponde) de Bergara Leumann; un libro acorde, de Zangaro; un pianista excelente, luces a punto y, claro está, la presencia inconfundible de Marikena, con su estilo comunicativo, casi de complicidad amistosa, de confidencia entre amigos sentados a la mesa del café.

De eso se trata, precisamente: de recrear la atmósfera coloquial de quienes comparten una visión crítica y mordaz -tierna, también, a su modo- de la picaresca porteña, y una común historia de muchos años. Algo más de cuarenta, desde aquella inolvidable irrupción de la voz de láser de Marikena en un espectáculo de la Alianza Francesa, sobre piezas breves de Courteline, dirigido por Osvaldo Bonet, y las Canciones en informalidad del Di Tella, dirigidas por Cocho Paolantonio: ella, descalza, con túnica y crencha en llamas, y Jorge de la Vega y Schussheim con sus letras insolentes o nostálgicas. La nueva canción argentina (Nacha Guevara también fue de la partida), recibida no sin escándalo por una sociedad pacata (y "pasota", como dicen los españoles) y con júbilo por la gente joven de la época: pelo largo, camisas floreadas, minifalda y jeans, Marta Minujin, Edgardo Jiménez, el pop art , Julio Le Parc, los monstruos y el Juanito Laguna de Berni. Todo eso, y los "malvados azules" de El submarino amarillo , hechos realidad en las calles de Buenos Aires por la dictadura de Onganía.

En este país del eterno retorno, se comprueba, ya sin asombro, que todo eso es nostalgia, sí; pero también que, en esencia, los grandes problemas siguen en pie (aunque la sociedad está, sin duda, mucho más alerta y comprometida). La ácida visión de Schussheim los denuncia, a veces con un lirismo próximo al de Jacques Prévert (el enigma oculto en la prosa cotidiana), o al de Jacques Brel (los amores perdidos), o con la ferocidad de Brassens o de Dario Fo. Siempre con humor, eso sí, y de la mejor cepa: original y hasta fantástico, cuando es necesario. Humor porteño, algo cínico, hecho tango, milonga, marcha castrense, o valsecito criollo, según.

¿Qué diremos de Marikena? La trompeta es ahora capaz de ser violín. No es tanto cómo canta, sino cómo dice. La faceta de actriz, que siempre estuvo en ella, en la madurez aflora, incontenible, se posesiona de su sensibilidad y se transmite, vibrante, a un público fascinado. Viejitos chotos es un espectáculo pequeño en las dimensiones, vasto en su contenido, refinado en la realización. Imperdible.

sábado, 2 de agosto de 2008

La Zaranda: la última sonrisa


Intensos y conmovedores, los actores generan momentos de alegría y de tristeza

Los que ríen los últimos, por el grupo La Zaranda. Intérpretes: Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez. Textos e iluminación: Eusebio Calonge. Producción general: Sebastián Blutrach. Dirección y espacio escénico: Paco de La Zaranda. En el Teatro Nacional Cervantes. Duración: 75 minutos.
Nuestra opinión: muy buena

Nuevamente llega el grupo La Zaranda, cargando sus sueños y frustraciones, para mostrar su última producción, Los que ríen los últimos . Se podría decir que los protagonistas son tres payasos, melancólicamente decadentes. Pero no es así. La esperanza, los sueños, la añoranza por un ayer glorioso son los grandes protagonistas de esta historia.

Los tres personajes, que parecen extraídos del universo beckettiano, abrumados por la indiferencia de los demás, los años impiadosos y el cansancio de los desahuciados, recorren con sus bagajes un camino que parece conducir a ninguna parte. "¿Adónde vamos?", pregunta uno de ellos. "Adonde se tenga que ir", contesta otro muy seguro. "¿Qué vamos a hacer?" "Lo que se tenga que hacer", diálogo que se repetirá durante el espectáculo. No se trata de esperar a Godot, sino de continuar transitando, aunque ese camino, ya globalizado y tan ajeno, los ponga frente a paisajes desconocidos y desagradables. Ante esta contingencia, sólo cabe invocar los recuerdos de felicidades pasadas, que ya no tienen lugar en el presente, y rescatar los sueños que no se cumplieron. "Los sueños que se cumplen no son sueños", dice el guía.

Cuando todo parece perdido; cuando no se llega a esa encrucijada tan anhelada que los conducirá hacia la pista central, sólo cabe rebelarse con aquello que mejor saben hacer: vestir sus trajes de payasos, maquillarse y dar la última función, aunque más no sea para hacer reír a la muerte.

Todo un cuadro

Con su estética tan particular, cargada de atmósferas goyescas, el grupo supo resumir con pocos y precisos elementos todo el espacio escénico, contenido hábilmente por una iluminación plena de matices. Complementa esta hechura la música, con fuerte resonancias hispanas.

Allí, los actores vuelcan toda la decadencia de sus criaturas. Es una interpretación tan integrada, tan verosímil, que por momentos se borra el límite entre realidad y ficción. Son gestores de la vida, con momentos de tristezas y de alegrías. Son conmovedoramente patéticos, sin reparos en mostrar actitudes seniles o infantiles, según la circunstancia, quizá para subrayar lo que hay de niño en cada hombre y que se trata de ocultar.

La constante evocación de la figura paterna no hace sino señalar la soledad y el desamparo del ser humano en sus últimas etapas, frente a la adversidad y a una realidad que no se entiende o no se reconoce.

En esta oportunidad, Paco de La Zaranda sólo asume la responsabilidad de la dirección y espacio escénico, y lo hace sin perder la estética de este grupo que logra instalar en la escena valores pictóricos de gran belleza. Simplemente, para contar historias pequeñas de hombres que adquieren la grandeza de una proyección universal, cuando se trata de los verdaderos valores humanos, aunque sea con la nostalgia de un sueño que siempre se escapa de las manos.


viernes, 1 de agosto de 2008

Virginia Innocenti: "Me tocó ponerle el cuerpo al horror"


Hacía tres años que no hacía tiras en televisión porque estaba dedicada a la música. Su personaje de Nacha en "Vidas robadas" (Telefé) la devolvió al ruedo en su mejor momento como actriz. Cómo armó esta víctima-victimaria: la más intensa en su galería de mujeres contradictorias y fuertes.


Delgado límite entre la víctima y el victimario le tocó en suerte a Virginia Innocenti. Presa de una potente red de tratantes de personas, Nacha -su atormentada criatura en Vidas robadas (Telefé, a las 22.30)- supo construir su débil castillo de naipes dentro del horror. Pero con la muerte de su esposo, Astor (Jorge Marrale, líder de la banda), por estos días el personaje camina por la cornisa y la actriz parece encontrar su punto de ebullición. "Siento que es una malabarista intentando equilibrio sobre tacos aguja", juzga.

La mujer del nombre y el apellido de la pureza (virgen e inocentes sería el significado de cada palabra) se acomoda entre reflectores apagados. Su casa de ficción está vacía, al igual que el resto de los decorados de los estudios de Martínez. Se aproxima la medianoche y ya huyeron los técnicos, los asistentes y el resto del elenco. Está extenuada por algo más que las diez horas de grabación: hoy derramó litros de lágrimas y haberle puesto el pecho a tanto calvario le pesa. "Me tocó ponerle el cuerpo al horror, pero alguien tenía que hacerlo, ¿no? Esta es un poco la función del arte", suelta, ya más serena, para lograr una radiografía del personaje.

Nacha fue víctima, pero su presente parece emparentarla más con el rol de victimaria. ¿No tiene también su costado culpable al apañar una red mafiosa?

No, es una víctima de esa red de prostitución y esclavitud sexual. De hecho fue vendida por su hermana cuando era chiquita. Pasa que el destino o la suerte le pusieron a Astor (Marrale) en el camino, quien se enamoró de ella, la sacó de ese mundo y la hizo su esposa. Pero no deja de ser ella alguien que sigue atrapada.

Pero hace la vista gorda a un drama que también vivió...

No tiene otra chance. Es eso, la muerte en vida o la muerte. No tiene posibilidad de elegir. ¿Qué otra posibilidad había si no seguía a su marido? ¿Matarse? Es difícil emitir un juicio con el personaje. No es que quiera defenderla, pero es complejo, sus sentimientos no son tan lineales. Su fidelidad supongo que tiene que ver con muchísimos factores: con sentirse en deuda con él, agradecida y asqueada del mundo también.

Una relación perversa, lo que se llama el síndrome de Estocolmo (el secuestrado muestra lealtad al secuestrador)...

Sí, hay que pensar que gente tan maltratada de pronto encuentra cierto clima de seguridad. Quien la rescató es su salvador en algún punto, aunque no le termina de dar libertad. Ella siente que le debe la vida, porque pudo haber seguido prostituyéndose o estar muerta como muchas chicas. Pero su dolor no puede lavarse. Nacha es una equilibrista siempre al borde del abismo. De alguna manera, en la relación entre Nicolás (Juan Gil Navarro) y Juliana (Sofía Elliot, cuyo caso se inspiró en Marita Verón) se cuenta lo que pudo haber sucedido con Nacha y Astor.

¿Vos también pudiste involucrarte en el caso Verón y otros parecidos, como lo hizo Soledad Silveyra, por ejemplo?

Con Susana Trimarco (madre de Verón) nos encontramos en el programa de Mirtha Legrand y en la Legislatura porteña. Me causó dolor. Estuvimos agarradas de la mano largo rato y hablé con otros papis. Lo maravilloso es que ellos agradecían que a partir de la novela hay gente que empezó a animarse a denunciar la presencia de prostíbulos. Siempre que puedo pido que en las notas incluyan la página de la Red Alto al tráfico y la trata y la explotación sexual (www.ratt.orgr). Que la gente se remita ante denuncias o sospechas. Humildemente, estamos cumpliendo un rol social.

¿Nacha va a tomar las riendas de la organización, con su marido muerto?

Es un personaje bisagra que puede definir las cosas. Se debate entre cómo le gustaría que fuesen las cosas y cómo son. ¿Escapa? Es peligroso. ¿Se une? Puede ser, no hay otro camino. Por eso Dante (Adrián Navarro) y Nicolás (Gil Navarro) la siguen tan de cerca. La saben vulnerable. Ellos la quieren para un triunvirato. Puede que ella, sin brújula, se apoye en Dante. No se sabe para dónde va a disparar. En lo más profundo de su ser es probable que quiera volarle la cabeza a esos malvados.

Casi tres años pasaron desde que Innocenti apareció en pantalla chica con continuidad (Hombres de honor). La música la tenía instaladísima y con buenas razones: "Me interesó expresarme desde allí. A mí me interesa en realidad contar cuentos y todas las maneras que tengo a mi alcance me gustan. Gran parte del tiempo que me dediqué a la música fue porque dije No quiero sufrir más ni mentir más jugando. Me pregunto, ¿qué quiere en este momento mi alma? Quería reírme mucho, quería luz". La "desintoxicación" le calzó como anillo al dedo para volver recargada a un ámbito que le exige roles intensos.

Pareciera que siempre interpretás a mujeres fuertes, de mucha presencia. ¿Es así?

Sí, son personajes fuertes. Pero ojo que yo puedo actuar una sumisa, de hecho en el fondo mi personaje es un animalito desesperado y necesitado de amor. Se ve que me ven funcionando en personajes enérgicos y por lo general llaman siempre para eso. Será una cualidad, una capacidad que no es tan fácil de encontrar, por eso insisten... Aunque a veces dudo de que los personajes sean siempre así. Quizá yo me encargo de ponerles ese color.

¿Por qué?

Porque me gusta desplegar una paleta amplia. O si lo pensamos de manera musical, desplegar un registro amplio. Todos mis personajes tocan como una amplia gama de colores. En cine, como en teatro y TV, he tocado todas las cuerdas.

Todas esas cuerdas a las que se refiere remontan en los últimos años a títulos televisivos como Campeones (donde era cantante de salsa y pareja de Osvaldo Laport), El hombre (donde era la amante del candidato a presidente, interpretado por Oscar Martínez), Hospital público (donde era la médica luchadora) u Hombres de honor (aquí también la esposa de un mafioso, Gerardo Romano). Su currículum concentra más de 50 productos, que incluyen cine (Iluminados por el fuego o Gatica, el Mono por nombrar algunos) y teatro.

La puerta de su vida personal la deja cerrada. "Soy no mediática por elección, me vengo negando sistemáticamente a hablar de mi privacidad. Bastante expongo mi alma y mi cuerpo. Un actor no es como un guitarrista. El actor es su instrumento y si no está afinado se corre de su centro", advierte la nieta de boloñeses e hija de un italiano, que se crió en Caballito, en el marco de un colegio religioso "donde las monjas habían leído a Piaget. Todavía tengo la imagen de la Madre superiora con la falda corta, y bailando y riéndose. Yo era la menor de cuatro hermanos, ellos le pidieron a mis padres que me trajeran al mundo, porque parece que estaban todos aburridos", cuenta. "Yo digo que nací con los zapatitos de tap, con la responsabilidad de alegrar a cinco personas. Esa expectativa me signó".

A los 12 años se formó con Ricardo Passano y de allí en adelante pasó por las aulas de Ricardo Bartís, David Amitín y Eric Morris. Pero dice que el tiempo no borró jamás la primera lección teatral: "Passano decía que en la vida no se puede ser tibio. Y es verdad. Si uno termina por el medio recibe las pedradas por los dos lados. En la vida hay que tomar partido".