sábado, 15 de agosto de 2009

Tito de verano - CRÍTICA: PURO TEATRO


Animalario ha tenido la valentía de poner en escena un Tito Andrónico en versión completa, aunque falte sangre

El joven Shakespeare buscaba un taquillazo, un melodramón de venganza y degüello,

Durante la primera parte se diría que Lima está un poco con el culo entre dos sillas, sin acertar en la graduación de la sangría

Una vez remontada la escarpada cima del dolor, Alberto Sanjuán ya puede remansarse en una locura cósmica

en la línea de la Tragedia española de Kyd y, sobre todo, de El judío de Malta, de su envidiadísimo

Marlowe. Con Tito Andrónico consiguió su primer gran éxito: fue una de las obras más representadas

de la época. Luego le negaron la autoría: aquella empanada de horrores no podía ser suya. Que si

fue un encargo, decían unos, como si no hubiera escrito nunca a medida; que si George Peele pergeñó

el primer acto, decían otros. El caso es que Tito no fue “recuperada”hasta casi dos siglos más

tarde, cuando los estudiosos comenzaron a trazar el árbol genealógico: Tito es el abuelo de Lear;

Aaron desciende en línea directa de Ricardo III y anticipa a Yago en su maldad químicamente pura,

sin justificaciones. A mediados del veinte, Peter Brook se dijo: “¡Artaud, Artaud! ¡Teatro de la

crueldad, cincuenta kilates!”. Siempre se exagera por un lado o por otro, quizás por contagio: Tito

es excesiva en su retórica y un tanto mecánica, casi autoparódica, en su acumulación de atrocidades,

pero tiene pasajes maravillosos y una formidable energía inventiva, una locura burbujeantemente

juvenil, caliente y espumosa como, justo, la sangre recién derramada. Animalario, a las órdenes

de Andrés Lima, ha abordado su nuevo montaje (en el apropiado Matadero, tras su presentación en

Mérida) con sensatez esencial, sin coloraturas “modernas”, y con una loable ambición: yo diría

que es la versión más completa (casi tres horas) realizada en España, a cargo de Salvador Oliva,

que ya firmó la traducción al catalán del estupendo montaje de Rigola hará casi diez años. La escenografía

de Beatriz San Juan es sencilla y eficaz: un giratorio circular, con baldosines romanos, que se acelera

como un carrusel cada vez que el espanto se desboca. Un manto de hojas secas lo convierte en bosque, y

un mantel blanco, en mesa del convite fatal. En el centro hay un pozo, sumidero o boca del infierno

que se traga a los fiambres. A izquierda y derecha, un trompeta (Raúl Miguel) y una chelista (Aurora

Martínez). Música sobria, sin grandilocuencias. Durante la primera parte se diría que Lima está

un poco con el culo entre dos sillas, sin acertar, en mi opinión, en la graduación de la sangría,

frenando el pedal del pathos y con extraños acelerones burlescos. El desmadre lo encarna Tomás Pozzi,

un actor que es la quintaesencia de la energía mochales (algo así como Ulises Dumont on speed) y

cuyo Saturnino, que alterna con Javier Gutiérrez, podría llamarse Caligulín o Peroncito: muy divertido,

pero no sé si era necesario hacerlo tan pasado de vueltas. El villano Aaron (Fernando Cayo), por

su parte, recuerda al Frank Furter de Rocky Horror Show: las muecas y el maquillaje a lo Kiss ayudan

mucho. Y se diría que Alberto Sanjuán duda largamente entre interpretar a Tito Andrónico como un

venerable carlista vasco,un boxeador sonado o Robocop. Su primer gran monólogo (“tierra, no bebas

la sangre de mis hijos”) es espasmódico, artificioso, con escasa emoción, muy lejos de su espléndido

Sade. Enric Benavent (Marcus, hermano de Tito) está envaradísimo y no logra sacar adelante la larga

tirada que sigue a la violación de Lavinia, aunque hay que reconocer que el envite se las trae:

Muñoz Seca parodió, con justicia, momentos similares en el “qué lindo tiempo perdí” de Don Mendo. Y

falta ferocidad en Demetrio (Luis Zahero) y Quirón (Alfonso Bergara), los violadores/mutiladores

de la hija de Tito.

Así las cosas, el gato al agua se lo llevan limpiamente Nathalie Poza una Tamora sensual, suculenta de perfidia, con una dicción curiosamente cercana a

los ritmos de Blanca Portillo, y Elisabet Gelabert, cuya Lavinia, clara y emotiva, es uno de los

mejores trabajos que le he visto. La segunda parte es un subidón colectivo. Una vez remontada la

escarpada cima del dolor, Alberto Sanjuán ya puede remansarse en una locura cósmica, más helada,

más plausible, y más descansada para el oído. La energía de esa demencia le libera también de la

gestualidad de abuelete robótico, que troca por un perfil de hidalgo alucinado. En esa meseta,Tito

se “leariza” a pasos de gigante, y Sanjuán alcanza grandes cotas: el bellísimo pasaje “si hubiera

alguna razón para mis desgracias”, la escena de la mosca o el sublime momento en que ordena arrojar

flechas al cielo (aquí piedras, no sé por qué) con mensajes para los dioses, seguida de la irrupción

del rústico (Julio Cortázar,hasta entonces un soso Bassiano, y ahora hilarante), inequívoco toque

shakesperiano. También Fernando Cayo sube muchísimos enteros porque tiene más carne que mascar.

Su Aaron revela las esencias de Marlowe (mitad Barrabás, mitad Tamerlán en su arrogancia demoniaca:

“Si alguna vez se me ocurrió una buena acción, me arrepiento de ella con toda mi alma”), pero Shakespeare

le concede orgullo racial (“el negro vale más que todos los colores, pues desdeña recibir cualquier

otro”) y esa conmovedora pasión por su hijo recién nacido: pedazo de personaje. Hay una escena que

siempre suele suprimirse o dejarse en los huesos (el último y fallido engaño de Tamora y sus hijos) y

que Lima no lima, felizmente: está muy bien servida por el tándem Poza/Sanjuán, y Zahera y Bergara

consiguen al fin la temperatura adecuada. En ese último tercio me llamó la atención el trabajo de

un joven actor de la RESAD, Juan Ceacero,que interpreta con aplomo y fuerza a Lucio Andrónico, el

sucesor de la saga. La masacre final suele ser, nunca mejor dicho, un plato servido: el director

centrifuga literalmente la espiral de violencia, aunque para mi gusto se queda corto de sangre.

Quien dice sangre dice nervio, músculo y tripa (carencias, ya digo, de la primera parte), pero

también en sentido estricto y general. La contención siempre será bien recibida en esta casa, si

bien Tito Andrónico es de las pocas obras que piden a gritos manchar un poco los manteles, y sentir

los tajos, y ver emerger el pastel caníbal del hoyo: un Tito exangüe es, disculpen el pésimo chis-

(ya llevo dos: va a se el calor) un Tito aguado un Tito de verano

miércoles, 12 de agosto de 2009

Federico León: el dueño del cruce


A los 26, debutó en el San Martín con "Cachetazo de campo". Incursionó en el cine y ahora, mezcla ambos géneros con "Yo en el futuro", que estrena el sábado en la Lugones.

Federico León moldea la charla con una fisonomía de tiempos largos. Allana el camino en busca de las líneas que definen el complejo entramado de Yo en el futuro, estrenado en Bruselas y presentado en el último Festival de Aviñon, que este fin de semana debuta en la Sala Lugones del San Martín. "Un espacio donde vi las películas que más me influenciaron - explica-. Nunca se hizo una obra de teatro ahí y me gustó la idea de una sala de cine dentro de un teatro."

León tiene 34 años y tres espectáculos teatrales -Cachetazo de campo (1997), Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack (1999) y El adolescente (2003)- fueron suficientes para sacudir con la radicalidad de su lenguaje el teatro porteño. Se pueden discutir en profundidad cada una de sus creaciones y propuestas, pero es indudable que su producción contiene una potencia y una identidad inusitadas. Y que logró un lugar destacado, luego de las producciones gestadas por los directores consagrados en los años noventa.

Sin embargo, reconoce algunas coordenadas claves en su formación: Norman Briski, Ricardo Bartís y fundamentalmente su propia práctica escénica. "Entré a lo de Briski con 15 años -recuerda- y era un lugar complejo. Empecé actuando en varieté, hacía números cómicos a la manera Briski. Con Bartís tomé clases como actor, pero lo más valioso fue verlo cómo intervenía en los trabajos. Mi formación esencial fue haciendo, eso fue lo más importante y concreto. Pero me cuesta armar relaciones o agrupaciones de lo que hago en relación a un contexto. En todo caso, mi forma de producir tiene que ver con la posibilidad de trabajar en lo que tengo ganas. Siempre lo veo en relación a la fuerza de una idea, de un proyecto. En ningún caso existe una continuidad con la manera en que se producía, por ejemplo, hace diez o quince años."

Yo en el futuro es el tercer espectáculo que monta en el San Martín. Una de las características de sus obras es el uso del tiempo, tanto entre cada obra como dentro de cada proceso de trabajo. Por ejemplo, entre El adolescente, inspirado en textos de Dostoievski, y su nuevo espectáculo, pasaron seis años. Para su última creación se tomó tres, aunque en el medio realizó dos películas: Estrellas y Entrenamiento elemental para actores, un telefilme que dirigió junto a Martín Rejtman y que se verá en septiembre en el Camarín de las Musas.

Cuenta que para Yo en el futuro, que contiene el trabajo de un equipo de filmación y transcurre casi en su totalidad en el proscenio de la Lugones, tuvo distintas inquietudes "en torno a cosas muy diferentes de lo que terminó siendo la obra -dice-. Había algo de inicio que tenía que ver con la reproducción exacta, con hacer una instalación que consistía en repetir videos tal cual fueron creados. Por ejemplo, tomar la entrega de premios de un club en los años cincuenta y reponerla con actores de hoy. Después aparecieron otras ideas para la realización de la obra: tres hombres de alrededor de ochenta que contratan a tres jóvenes para que reproduzcan sus videos de infancia y juventud."



En un proceso de ensayo tan largo, ¿cómo se fue modificando tu mirada respecto a los materiales que finalmente definieron este trabajo?

En varios momentos se nos ocurría pensar qué estábamos haciendo. Eso lo sentí más que en otros espectáculos. En la medida que uno intenta no explicar ni bajar de manera racional lo que siente de la obra, quien la ve recibe algo múltiple. Fue un proceso diferente en el tiempo porque dedicarle cinco meses a un casting es algo más cinematográfico que teatral. Fue realmente una mezcla de cine y de teatro. Por ejemplo, se filmaron escenas para una película de media hora, que proyectamos durante el espectáculo. Algunas escenas las hicimos con extras vestidos, peinados de los años cincuenta, para una imagen que dura veinticinco segundos en la obra. Por otro lado, pensé que la construcción de Yo en el futuro no tuvo que ver con la interpretación. Antes, para mí, el actor era el centro de la dramaturgia y de la puesta. En este caso, fue diferente. Los actores fueron instrumentos, formaban parte de una totalidad. No estaban en el centro.

¿Necesita el teatro del cine?

Creo que no. Me parece que cada proceso necesita cosas diferentes. Pienso, sí, que hubo un marcado interés en los últimos cuatro años del cine hacia el teatro.



¿En qué?

Basicamente, creo que el cine tomó actores, procesos de trabajo y producción utilizados por el teatro. Por otro lado, para mí siempre existió el deseo de la gente de teatro de involucrarse en el cine.



El eje de "Yo en el futuro" es cierta reconstrucción como ritual escénico, ¿qué particularidad tienen estos personajes y cuál es su relación?

Es un proyecto de tres personas que deciden registrar distintos eventos a lo largo de su vida. Todo empieza en una salida de ellos a un cine en la década del cincuenta, donde ven un número vivo, aquellos que durante el peronismo les daban trabajo a los artistas de variedades. En ese momento, antes de una película, el espectador podía ver a un amaestrador perros o una pianista en escena. Por eso, para rememorar aquellos números en vivo, el espacio donde se hace la obra es muy angosto. Yo en el futuro propone un juego, una especie de quién mira a quién en distintas épocas hasta que en un momento se pierde la temporalidad. Resurge una idea recurrente acerca de que todos los tiempos confluyan en uno solo. Por ejemplo, estos personajes, a los ochenta años, intentan repetir un beso que se dieron a los diez. Tienen una especie de obsesión por repetir, algo que podría continuar incluso después de su muerte. Una transmisión ritual.



¿Cuál fue la propuesta desarrollada en los ensayos para recrear este procedimiento de "repetición"?

Tuvo que ver con pensar cómo transmitir nuestras ideas. Convocamos actores y extras, a los cuales leíamos nuestro guión de acciones, porque no teníamos un texto convencional. Les decíamos la manera de asociar el vivo, es decir el espectáculo de los actores en el teatro, con el video ya grabado. Gran parte del proceso de ensayos eran esas lecturas donde parábamos la filmación y explicábamos la propuesta a los actores que se iban sumando a nuestro proyecto ya filmado. También transmitimos una cuestión con los objetos, muy obsesiva para nosotros, que aparecen en la película.



¿Cuál es actualmente tu relación con la escritura?

Siempre la vi relacionada a la dirección. En Estrellas había una dramaturgia sutil, ligada a cosas inventadas por nosotros. Lo nuevo es que Estrella, Entrenamiento elemental para actores y Yo en el futuro fueron escritas en conjunto. Son trabajos de grupo.

martes, 4 de agosto de 2009

NUEVA OBRA DE CARLOS CASELLA Cuando el azar altera el orden


En el Centro de Experimentación y Creación del Teatro Argentino de La Plata, que dirige Martín Bauer, hoy se estrena "Random".

El Centro de Experimentación y Creación del Teatro Argentino de La Plata (TATEC) estrena una sala, hoy, con un espectáculo coreográfico de Carlos Casella. La obra cuenta con música de Alejandro Terán, escenografía de Juan Cavia y Pablo Calmet, vestuario de María González e iluminación de Federico Cantini. El elenco está conformado por Leticia Mazur, Noelia Leonzio, Margarita Molfino, Pablo Lugones, Mariano Kodner y Lucas Cánepa.

Carlos Casella describe la obra, titulada Random, como "ese momento inespecífico e inesperado en el que aparece el azar alterando el orden, la planificación o el diseño que da origen a las cosas. Ese movimiento, un poco incongruente, imprevisible, genera a veces un monstruo de caprichosa belleza". El término inglés random alude a las decisiones que se toman sin un método preciso; sin embargo la información difundida previamente aclara que este concepto no debe aplicarse de manera literal a la pieza que se estrena hoy.

El TACEC es dirigido por Martín Bauer, que anteriormente y durante un extenso período dirigió el Centro de Experimentación del Teatro Colón. En cuanto a Carlos Casella, su carrera se inició a fines de los años '80 curiosamente como voz líder del grupo Modelo Blanco. Paralelamente comenzó su trabajo como coreógrafo y bailarín y en 1990, junto con Ana Frenkel, fundó el grupo de danza-teatro El Descueve. También formó parte de la compañía original que realizó el espectáculo Villa-Villa (grupo De la Guarda) y realizó varias coreografías de manera autónoma. Habría que destacar la creación de Play Back, concebida especialmente para el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, por la que recibió en 2007 el Premio Clarín Espectáculos. Casella sigue igualmente desarrollando su carrera de músico y cantante -tanto compositor como intérprete- de distintas obras teatrales y coreográficas. Las entradas generales para este espectáculo tienen un valor de $ 5 y pueden adquirirse en las boleterías del Teatro Argentino de martes a domingos de 10 a 20. Información gratuita en el 0800-666-5151.

lunes, 3 de agosto de 2009

EL EXTRANJERO


Jamie Lloyd: El joven timón de una gran obra

Tiene 28 años. Dirigió en Londres "Piaf" y fue convocado para la versión local. Habla maravillas de Elena Roger y dice que a nivel actoral la versión argentina es de mayor calidad que la estrenada en Europa.
A los 28 años, el británico Jamie Lloyd asentó su prestigio como director con Piaf,

el potente espectáculo protagonizado por Elena Roger, que recientemente se estrenó en Buenos Aires. Bajo su dirección, la obra debutó el año pasado en el Donmar Warehouse de Londres y cosechó tantos elogios como la versión que se presenta ahora en el Teatro Liceo.

El director se instaló en Buenos Aires por dos meses para tomar las riendas del montaje en la Argentina, con elenco y técnicos locales. Sin embargo, tuvo el mismo dínamo esencial del espectáculo con el que contó en Londres: Elena Roger. Lloyd no se cansa de repetir elogios hacia la actriz argentina. "La conocí cuando fui asistente de Michael Grandage en Evita. Elena es excepcional. Una artista íntegra con gran ductilidad."

Jamie Lloyd comenzó sus estudios en 1999 en el Liverpool Institute for Performing Arts, escuela por donde pasaron Ringo Star y Paul McCartney, entre otros. "Era una formación integral, pero con los años fui relegando la actuación y me concentré en dirigir mis proyectos —dice—. Me di cuenta de que disfrutaba mucho más dirigir que actuar. Al poco tiempo llevé mi trabajo al National Student Drama Festival y a Edimburgo. Pero fue la versión que dirigí para un teatro de Sheffield de The Caretaker, de Harold Pinter, con la que se me abrieron las puertas de espacios importantes en Londres, como el Donmar Warehouse o el Royal Court".

Con un intenso recorrido en teatro de texto, Piaf es el primer musical que dirige Jamie Lloyd. "Sin embargo —aclara— la obra de Pam Gems es un texto que otorga mucha libertad al director que decida abordarlo. Escuché detenidamente cientos de canciones de Piaf, porque la música crea situaciones dramáticas que acompañan diferentes momentos de su vida. Piaf no es un musical en el sentido más tradicional, es un viaje que recorre episodios de una vida. Son canciones hermosas, de melodías y letras sofisticadas. Y creo que a nivel sonoro y de clima, funciona mejor aquí que en Londres. El Teatro Liceo es lo más adecuado para este espectáculo porque pertenece al formato de salas donde justamente cantó la Piaf."



En líneas generales, estás contento con esta versión.

No sólo eso. Sinceramente, creo que a nivel actoral la versión argentina es de mayor calidad que la estrenada en Donmar. La energía de los actores, la conexión emocional que tuvieron con la trama y los personajes de Piaf hizo un espectáculo sumamente intenso.



¿En qué se modificó, según tu visión, el trabajo de Elena Roger al interpretar el papel en castellano?

Pudo encontrar mucho más detalles del personaje. Ella fue brillante en Londres pero aquí se la ve más real en su interpretación. Elena recorre la vida de Piaf desde joven, en las calles parisinas, hasta la vejez en sólo una hora cuarenta minutos. Sin descanso y nunca deja el escenario. Ese viaje por la vida de Edith Piaf es mucho más creíble aquí, porque Elena no tiene la presión del idioma y eso la libera para ingresar de un modo mucho más profundo en la vida del personaje.



¿Cómo fue, tras la puesta original, trabajar con la versión porteña?

Fue comenzar desde cero, con los actores, los técnicos. Encontrarme con ellos y poder mostrar mi punto de vista sobre el espectáculo. Esa relación creó algo muy distinto a la versión estrenada en Londres. -