sábado, 31 de enero de 2009

Dialogo de una prostituta con su cliente . . . Fernando Peña


Diálogo de una prostituta con su cliente es la historia de todos cuando creemos que el que paga está libre de culpa y cargo. Cuando el que paga las paga. Lo que sucede cuando a un pobre infeliz se le cae una puta encima.
Una obra revolucionaria, prohibida en Italia hace 10 años, y adelantada para su época donde ya no importan los sexos ni el sexo. Y lo único que puede salvar una relación de amor es una charla a calzón quitado con una prostituta.
Diálogo de una prostituta con su cliente habla de la comunicación silenciosa que todos tenemos con nuestra parte promiscua y perversa.
Por primara vez una obra de teatro se anima a retratar con humor la historia de una vendedora de carne y un bufarrón.

jueves, 22 de enero de 2009

Mirta Bertotti sube a escena


El actor estrena una nueva obra, adaptada del famoso blog de Hernán Casciari, "Más respeto que soy tu madre".

La vuelta de Antonio Gasalla al teatro será para transitar un personaje nuevo en su extenso abanico de criaturas: Mirta Bertotti. El actor estrena hoy la versión de la novela de Hernán Casciari, Más respeto que soy tu madre. La particularidad reside en que se trata de un texto de un Blog, espacio virtual que se puede seguir por Internet, que atrapó la atención de lectores en todo el mundo.

Más respeto... cuenta la vida de la familia Bertotti según la mirada de Mirta, ama de casa de 52 años, que vive junto a su familia en Mercedes, un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Este personaje debe lidiar a diario con su marido desempleado, sus tres hijos adolescentes y su suegro drogadicto.

La protagonista teme fundamentalmente, entre otras cosas, el paso del tiempo, y decide encarar un Blog para transmitir sus vivencias. En esa fugaz escritura del día a día, desarrolla una serie de anécdotas y relatos acerca de su vida familiar, donde aborda también el infierno cotidiano de su pueblo. Mirta elabora de un modo costumbrista, con ironía y humor ácido, una estrafalaria secuencia de sucesos. Con el tiempo, Más respeto que soy tu madre se convirtió en un rotundo éxito de la Web.

Entre septiembre de 2003 y julio de 2004, se escribieron casi doscientos capítulos de esta blognovela, que fue premiada en el 2005 por la Deutsche Welle como "mejor Blog del mundo". Cada capítulo es un Post, lo que produce una ágil lectura del material. Casciari, periodista y escritor argentino que vive hace años en Barcelona comenzó con este trabajo en el año 2003.

La adaptación teatral, además de la dirección y protagónico de Antonio Gasalla, tiene un elenco integrado por Enrique Liporace (Zacarías Bertotti); Alberto Anchart (como Don Américo, el abuelo); Esteban Pérez, Nazareno Mottola y Eliana González (los tres hijos de la familia).

domingo, 18 de enero de 2009

Rigola ha tenido días mejores


Una devastadora crisis económica impulsa a varios jóvenes en paro a cometer actos de rebelión y vandalismo. Àlex Rigola dirige una comedia negra sobre los modelos caducos de una sociedad y la búsqueda de nuevas metas

Discúlpenme el chiste del título: es para estar a tono, porque los de Días mejores tampoco son la monda. Días mejores (Better Days), de Richard Dresser, es el nuevo espectáculo de Àlex Rigola. Coproducción a cuatro bandas: Lliure, Teatro de la Abadía, Temporada Alta y CAER de Reus. Se estrenó en Girona, se está dando en el Lliure, hasta el 18, y a partir del 22 recala en Madrid. En 1991 se presentó en Primary Stages, el equivalente neoyorquino del Royal Court. Críticas discretitas tirando a malas. En la Schaubühne de Berlín la repescaron en 2002. Desconozco el original. No sé si el texto del Lliure (en traducción de Ignacio García May) ha sido aligerado, pero lo visto me parece muy poca comedia, con tramas escuálidas, pantanosas, y un cierto aroma a sopa recalentada: un poco de Kopit, un poco de Orton, un poco de Shepard, un poco de John Guare, y una mano torpona a la hora de revolver el guiso. Si esos autores les suenan lejanos, hay tropecientas series inglesas de humor cafre que dejan a Días mejores al nivel del balbuceo: Young Ones, Bottom, Spaced, This is England. Y entre nosotros, Muchachada Nui. Ése es, para mi gusto, el tono que debería tener la función: entre el primer Ben Elton y Joaquín Reyes. Hará ocho años, Rigola dirigió otra pieza de Dresser, Un golpe bajo (Below the belt), infinitamente mejor resuelta. Quizá porque era una comedia paranoica pero naturalista, en la línea de American Buffalo, y Días mejores es un intento de comedia negra preapocalíptica, que requiere otro tipo de modulación y de talento. A Rigola también le va, pienso yo, un estilo de comedia más anclado en lo real, en el dibujo psicológico: da fe de ello su extraordinaria segunda parte de Rock'n'roll, por ejemplo.

La acción de Días mejores transcurre en Lowell, Massachusetts, durante una crisis salvaje. Fábricas cerradas, jaurías de perros por las calles, saqueos de supermercados, coches ardiendo, ni un dólar en los bolsillos. Ray (Marc Rodríguez) y su colega Arnie (Lino Ferreira), obreros en paro, tienen la capacidad mental de Beavis y Butthead. Phil (Ernesto Arias), un falso abogado, vende artículos de limpieza a punta de pistola. Crystal (Irene Escolar), su amante, es una adolescente colgadísima, obsesionada por el sexo. Faye (Cristina Otero), esposa de Ray, es una boba seráfica, pero, con todo, la más pragmática del quinteto, empecinada en salir adelante de tan catastrófica situación. Casi nada de lo que hacen o dicen tiene, para mí, un excesivo interés. Ray cree escuchar voces a través de un casco con antena y quiere fundar una secta como podría dedicarse a herrar mosquitos. Cuando un autor sitúa a sus personajes en la idiocia o en la frontera del disparate, sólo puede atraparnos con una gran dosis de convicción: sus locuras, que jamás perciben como tales, han de ser de vital importancia para ellos. (Departamento de Comparaciones Odiosas: La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir). Los actores han de arrastrarnos, en una palabra, al epicentro de su lógica, y esto no sucede en el equipo de Días mejores. Sirven trabajos dignos, esforzados, con ocasionales buenos momentos, pero la dirección de Rigola es cansina, previsible, y confunde el ritmo con el barullo. Falta chispa, falta sorpresa, faltan vueltas de tuerca a la mayoría de las réplicas. Te dices: "Debería estar riéndome. ¿Por qué no me río? Peor: ¿por qué no me lo creo?". Casi todo suena a imitación, a impostación, como los chavales que dicen ese "puto" cada dos frases que sólo suena bien en inglés. Con una excepción descomunal: el actor argentino Tomás Pozzi interpretando a Bill, un mafioso pirado que parece la versión suburbial de Paul Williams en El fantasma del paraíso. Obsesionado en quemar media ciudad para sacar tajada de las indemnizaciones, Bill es la mejor creación de Dresser: un personaje de tebeo, desmesurado, explosivo, pero con un motor muy poderoso.
Pozzi, rebosante de energía malévola y estupendamente guiado por Rigola, escupe su furia línea a línea, gesto a gesto, creando una constante sensación de peligro. Sólo pasan cosas cuando Bill / Pozzi está en escena. Naturalmente, se lleva la función. En la última parte, Dresser intenta ponerse trascendente. La búsqueda de la espiritualidad cuando las estructuras capitalistas han caído, blablablá. Las masas buscan a un mesías, blablablá. Tampoco hay quien se crea a un sosísimo Marc Rodríguez, presunto elegido para comandar la Iglesia de la Divina Garantía, que recita sus soliloquios visionarios como quien lee el prospecto de un antitusígeno.
Aparte del aburrimiento, hay dos cosicas que me molestan de este espectáculo. Cosas de las que nunca se habla, porque todos vamos con prisa y somos muy modernos. Los disparos en escena, por ejemplo. En Inglaterra advierten: "Esta obra contiene luces estroboscópicas", por los epilépticos. "Y disparos", porque son un verdadero coñazo. Única ventaja: te despiertan. Es que crean tensión, dicen. Hombre, y descuartizar a un caniche en directo. Yo conté unos quince disparos. Son muchos. Buñuel se quedó sordo por uno solo, en el comedor de su casa. Ahí dejo el dato.
Segunda cosa: la paja en el ojo ajeno. Irene Escolar, nieta de Irene Gutiérrez Caba, se masturba, perniabierta, en un sofá. En primerísimo término. También ignoro si eso estaba en la obra original. Me parece tan ajeno a la función, tan añadido, como lo de pegar tiros: una forma espuria de llamar la atención del público. No sólo me parece machista: me parece denigrante. Por una razón muy sencilla. Si lo hace un tío, casi siempre es paródico. Y rapidito. Si lo hace una mujer, curiosamente, suele haber demora, recochineo: imposible no pensar que están intentando excitar al personal. A las pruebas me remito: Arnie se la casca al fondo, de espaldas al público. No es que me muera de ganas de ver a Lino Ferreira dándole al manubrio, pero todavía me gusta menos ver a una joven actriz haciéndose una paja a dos metros del público. No sé lo que opinará Irene Escolar. Igual no tiene ningún problema y son puñeterías de mi avanzada edad. -