martes, 30 de septiembre de 2008

Viene a MADRID . . .

La niña mimada del cine


Inés Efrón, una de las grandes referentes de la nueva camada de actores, habla de sus trabajos, su adolescencia, la sexualidad y su oficio.

¿Quién es esta chica que en poco tiempo trabajó con Mercedes Morán, Ricardo Darín, Cecilia Roth, Oscar Martínez y María Onetto? ¿Qué hay detrás de esta niña adulta de voz tímida y bajita, pero clava sus ojos inquietos y ávidos de intensidad?

Inés Efron, la actriz de cine más mimada (y sorprendente) de la nueva camada de actores locales, empezó a despuntar en retratos generacionales como Glue y Cara de queso , brilló en XXY , apareció en El nido vacío y fue elegida por Lucrecia Martel para filmar La mujer sin cabeza .

Y pronto volverá a ser noticia por dos: como protagonista de Amorosa soledad , ópera prima de Martín Carranza y Victoria Galardi que acaba de recibir un galardón en el Festival de San Sebastián ; y por El niño pez , segundo film de Lucía Puenzo que ya terminó de rodarse.

En una charla que CINEMANÍA reproduce en su edición de octubre cuenta por qué pasa de sentirse niña a vieja en cuestión de minutos y cómo logró encauzar sus angustias adolescentes exorcizándolas a través de la actuación.

Aquí, algunas de sus declaraciones:

La actuación. "Muchos tienen la idea de que actuar es "hacer algo", y yo siento que no hay que hacer nada; que cuanto menos hago, más pasa. Cuando estoy haciendo una escena, a veces me tensiono y no me gusta. Pero cuando me entusiasmo y me divierto, me dejo atravesar, siento que estoy jugando".

Su adolescencia. "Tuve diferentes etapas y pasé por todo porque quería probar todo. Para empezar, a los 13 tuve que usar un corsé por un problema de escoliosis, y dije: "Me alejo del mundo". Estaba en pleno despertar sexual y decidí aislarme, no quería saber nada de chicos y estaba todo el día estudiando... Después, claro, me sacaron el corsé y empecé a ir a bailar a la matiné con una amiga".

La sexualidad. "La sexualidad es conflictiva y lo debe haber sido siempre, pero ahora hay un poco de promiscuidad. En las nuevas generaciones, o al menos entre la gente que conozco, es común probar todo. Entre hombres y mujeres aparece esta cosa de probar todo, y eso puede meterte en un pozo donde podés agarrarte algunas angustias. No hay muchos límites claros".

Los jóvenes viejos. "Somos una generación de chiquitos o viejos. No hay un punto medio. A veces nos quedamos tomando un té muy tranquilos y otras veces charlamos cosas de gente muy grande".

Un papel pendiente. "¡Juana de Arco! Me gustan esos personajes que reciben mensajes de Dios y están conectados con otra dimensión y ven cosas. También me encantaría, en algún momento, interpretar a una mujer grande, enamorada".


miércoles, 24 de septiembre de 2008

No te aguanto . . . Por Fernando Peña


El rechazo, la incomodidad de compartir espacios y situaciones con el otro se van haciendo más fuertes a medida que crecemos

Caminando por cualquier calle de la ciudad, uno puede darse cuenta de que nadie se mira a los ojos y si por alguna casualidad nos encontramos por una milésima de segundo con otros ojos que nos apuntan, acto seguido, una de las dos personas, o las dos, bajan la mirada inmediatamente. Cuando nos llevan por delante o nos empujan suavemente, el pedido de disculpas es balbuceado y en voz baja; es casi imperceptible, casi ni se escucha. Quien te empuja sin querer te pasa por al lado y se le escapan, se le caen literalmente de la boca, sonidos inentendibles que reproducen un tímido y poco sentido pedido de disculpas. Ni hablar de la tensión que produce estar con gente desconocida en un ascensor. Ahí entran en juego varias situaciones embarazosas; por ejemplo, el tener que pedir que te aprieten el botón de un piso, saludar a todos o correr hacia el ascensor pidiendo que aguanten las puertas abiertas porque estás llegando tarde. Todo eso nos llena de vergüenza, aparecen las inhibiciones y los complejos. También están las miradas, los empujones y los roces. El contacto físico con el otro, la apoyada, el hombro a hombro, las tetas de una mujer en la espalda, las tosecitas nerviosas, el aliento y sentir la respiración de los demás en la nuca hacen que ir de una planta baja a un piso doce sea más incómodo que sentarse en una silla con clavos. El viaje se hace eterno y enmudecemos. Hasta cuando le tenemos que decir algo a alguien que está con nosotros lo hacemos en voz baja y con pudor.

El cruce en los cajeros automáticos es también una situación bastante incómoda, abrir la puerta y sostenerla para que el que está afuera pase y que a veces ni siquiera dé un gracias dicho claramente. Otra vez el sonido inentendible y fugaz, el buñuelo de palabras, el gruñido. Nos comportamos como si fuéramos animalitos que croan o graznan. En las casas de pastas, los domingos al mediodía, también se demuestran nuestra falta de destreza, nuestra torpeza y la gélida indiferencia. Detrás del mostrador, los empleados gritan los números y otra vez la gente con un hilito de voz, a veces intentando que el número llegue a las manos del empleado para no tener que decir simplemente la palabra “yo” cuando cantan 52. A veces entra alguien que no sabe que hay que sacar número y nadie es capaz de avisarle, como si nos pusiera contentos que entren cuatro o cinco personas detrás de él, saquen número y lo dejen pagando. Ahí el gozo es en silencio, el pobre hombre no percibe que seguramente hay dos o tres personas riéndose por dentro. De auto a auto también nos pasa. Por eso, a veces, es mucho más cómodo viajar en autos con vidrios polarizados. Se me ocurre que muchos oscurecen los vidrios del auto no por una cuestión de seguridad ni por el sol sino para guardar privacidad, para evitar que el otro vea, espíe. Cuando vamos en auto también hay muestras de poca solidaridad y ganas de joder al otro, el clásico ejemplo es el que no se corre de la izquierda cuando le hacemos luces. Disfruta, se regocija y no se corre, cuando a veces el motivo de nuestro apuro puede ser importante.

El asco y el rechazo que nos estamos teniendo es totalmente palpable. Estamos hartos de nosotros mismos, de la forma humana. Es claro que preferimos otras criaturas vivientes, y se nota cuando de pronto aparece un perro vistoso. En seguida, alguien se nos acerca simpáticamente, lo acaricia, le habla, como queriendo establecer un diálogo con el perro pero no con nosotros. “¿Y vos cómo te llamás, che?”, le preguntan al perro, y al no recibir respuesta, ya que el dueño también está deseando que el perro hable, repregunta: “¿Cómo se llama?”; y de pronto ése es el comienzo de un diálogo corto y tibio en la plaza, un diálogo que el dueño del perro ansía que termine cuanto antes.

Siempre buscamos playas vacías y pocos son capaces de compartir una mesa en McDonald’s cuando está lleno. En el cine, dos parejas dejan una butaca vacía entre las dos y rezan en silencio para que deje de entrar gente así pueden guardar esa distancia protectora. El tío de un amigo se compraba dos pasajes para no compartir asiento en los ómnibus de larga distancia, y no debe ser la excepción. En todo momento se ve que si podemos evitar al otro, es mejor. Cuando voy al teatro y noto que se viene el intervalo, ya me voy parando, veo los últimos minutos de pie desde el fondo junto al acomodador, cerquita de la cortina de terciopelo, y cuando empieza a cerrarse el telón corro al baño para ser el primero, estar solo y hacer pis tranquilo. Así y todo elijo un compartimiento y no un mingitorio y tampoco debo ser la excepción. Cuando ocupan la mesa de al lado en los restoranes también es molesto y es casi una proeza compartir un taxi. Hablando de taxis, me encantan los de Montevideo, tienen una mampara que separa al pasajero del taxista y evita la charla pasatista y hastiante.

El rechazo, las ganas de no cruzarnos, la intolerancia y la incomodidad de compartir espacios y situaciones con el otro se van haciendo más fuertes a medida que crecemos. Los chicos no padecen este mal. Es común verlos parlotear y hostigar con preguntas de todo tipo a los adultos. Nos pasa cada tanto que dos chiquitos en el auto de adelante nos saluden y se rían con frescura y espontaneidad. ¿Por qué perdemos esa simpatía con el otro? ¿La perdemos o incorporamos la intolerancia?

Creo que se trata de una falta de educación. No hablo de una educación de buenos modales y buenas costumbres, hablo de educar la actitud, la predisposición. Es necesario prepararnos para interactuar con el otro, notarlo, mirarlo, incorporarlo. Tampoco estoy hablando de la buena onda al divino botón ni de una actitud religiosa, hablo de reeducar las conductas cotidianas, nuestras expresiones corporales y los parlamentos. Hablo de desinhibirnos, cada uno dentro de nuestras posibilidades. Hablo de salirnos de nosotros.

El entrenamiento teatral ayuda mucho. Es raro que un actor camine encorvado como tratando de esconderse en su propio cuerpo o hable en voz baja. Tenemos aprendido un manejo de nuestro cuerpo, al que llamamos instrumento, cuando hablamos lo hacemos claro y alto, cuando miramos lo hacemos profundamente y cuando nos toca interactuar con extraños, por lo general, nos cuesta menos.

Salgan de sus casas como si salieran de un camarín. No pretendo que sonrían y saluden a todo el mundo, pero caminen erguidos, registren lo que dicen y cómo lo dicen, miren al otro y exhíbanse ante la multitud. Cuando deban enfrentarse con el prójimo, ya sea a solas o ante varias personas, procuren ser amables y simpáticos utilizando la falsedad que no se nota que tenemos los actores. Háganle creer al otro que por lo menos lo toleran y lo tienen en cuenta. Se trata de códigos y conductas histriónicas que aceitarían un poco esta apatía necia y seca que estamos viviendo.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Esquizopeña El Musical


En esta espectacular y despampanante rutina musical llena de glamour, brillos y lentejuelas, los personajes de Fernando Peña se chocan contra una pared de ladrillos y caen por su propio peso. Sin saber bailar ni cantar hacen lo que pueden. ¿Se imagina usted a Don Sabino, con sus ochenta años cantando el tango “Pelotita”?. Da vergüenza, es patético, sin embargo tierno. Palito, el negro cabeza alimentado a Paco, Cocaina y Uvita Dulce, hace un potpourri de sus hits mas famosos, luciendose con “No se Peña que se yo”, cancion que escribio mientras buscaba un gramo de cocaina que al adicto de su patrón , Fernando Peña se le habia caido al piso. Dice Palito sobre este tema: “E puto lo abia pedido i no loncontraba i mi peguntaba che negro onde ta el mogra y sho bucaba y duro le contete no se peña que se sho y salio e hit”. El grandulon uruguayo, alias Cristina Megahertz con su bulto prominente y sus antebrazos de camionero mal alimentado abre este variopinto espectáculo con su cancion “Ticholos”, Milagros Lopez la dulce cubana que a esta altura ya esta hecha mierda tambien tiene su cancion “Bananas”. El trolo sidoso, Roberto Flores, patina alrededor de seis porongas semi erectas y canta “Huasca”, su éxito. Tampoco faltan Delia Dora de Fernandez, una vieja conchuda a favor de la cana, los milicos y Hitler, que se queja de todo y piensa que 33.000 desaparecidos fueron pocos, Maria Elena Rinaldi, una tortillera admiradora de la Walsh, Las Leonas y Sandra.

En Esquizopeña El Musical, Peña plasma la decadencia, la grasada y la distinción en un desfile de presentadores con smoking. Mariconazos que bailan con lycras ajustadas y alguna que otra gorda fofa que trata de seguirles el paso.

¡¡Un show lleno de alegria que es para pegarse un tiro en las bolas y tocar el cielo con las manos!!.

De Roque Enroll al folclore de papá


Hija de uno de los grandes armoniquistas del mundo, redescubrió la música de su infancia. Atrás quedó el boom de hits como Lollipop.

Mavi Díaz, una de esas personas que, si se lo proponen, pueden llegar a ser jóvenes por siempre, se mueve con gracia y predisposición frente al fotógrafo. Están a una cuadra de Callao y Corrientes, y las personas que pasan los miran. ¿Cuánta gente, de las que la esquivan tratando de adivinar quién es, habrá bailado con su música? Por ejemplo, esa cuarentona que lleva a la nena de la mano, ¿cuántas veces se habrá puesto las calzas y las chatitas mientras Mavi y sus amigas sonaban en el grabador? Porque ella, que hoy está a punto de presentar por segunda vez en la Argentina un disco de folclore, fue la líder de Viuda e Hijas de Roque Enroll y ahora hace lo que ni siquiera se sospechaba en 1985.

Cuando Mavi era muy famosa, ese jueguito de sacarse fotos era, además de un trabajo, eso mismo, un juego. Uno más en la maravillosa experiencia de hacer lo que se quiere a los 20 años. Ahora que es toda una señora –dicho esto porque se ha casado un par de veces y porque tiene un hijo de 23 años; de ningún modo porque lo aparente–, no tiene ningún problema de que se la lleve a aquellos tiempos de rockstar junto a las Viudas y se la traiga para contar cómo es que el folclore y los temas de su padre Hugo Díaz la atraparon.

Tampoco le molesta hablar de la amargura que trajeron los años noventa –con exilio, anonimato y una gran pérdida incluidos– para insertarle, divertida, rápida como un rayo, una anécdota de su infancia, rodeada de padres del folclore, y amiga de juegos de sus hijos.

Mucho menos tiene problemas para llenarse la boca con historias de su padre, que por estos días –y para su amorosa sonrisa, que asoma recortada por entre un medio flequillo empecinado en caérsele sobre la cara– asoma nuevamente al disco en algunos momentos de la banda sonora de A los cuatro vientos, la biografía de Hugo Díaz dirigida por Alberto Larrán que el año pasado se estrenó en cines.

–Reeditaron tu disco y salió el de la película, ¿es estratégico?

–Pasa que el álbum es fruto de la película, y la banda sonora justo acaba de salir. Yo canté la Zamba del ángel para la peli, y fue tan lindo eso que generó que después hiciera el disco. Pero para mí fue toda una sorpresa que, el día que fui a grabar al estudio y canté esa zamba por primera vez en mi vida adulta, me dí vuelta y vi que estaba todo el mundo llorando. Después, cuando lo escuché, me dí cuenta de que, sin imitarla, me había salido la voz de mi mamá (la cantante Victoria Díaz).

–¿Ayudaste para hacer la película sobre tu padre?

–Tanto yo como mi familia ayudamos mucho para que la película se hiciera. Y también, por supuesto, la familia de Domingo Cura, que era mi tío. Fue un problema porque de mi papá casi no hay grabaciones en video. El director usó testimonios buenísimos y jugosísimos, pero material fílmico cero. Me gustaría que la peli saliera rápido en DVD, para que la gente la pueda ver.

–Además, la película ayudó a que el nombre de tu papá resurgiera.

–Eso es lo que más me gusta de todo.

El disco de Mavi, Baile en el cielo, el que nació el día en que entró a un estudio y sintió que debía acomodar su voz de roquera a otro sentir, a un sonar de instrumentos que entra suavemente en el oído, sin la rugosidad de una guitarra eléctrica, ahora la lleva –quién diría– entre guitarras, charango y bombo al Teatro IFT, donde esta noche a las 21 seguirá afinando el lápiz de la cantante de folclore: “¡Me mata el folclore, es un nivel de expresión completamente diferente! Ya desde las letras es nuevo para mí. Y estoy fascinada explorándolo –cuenta– porque los colores que te brindan los instrumentos acústicos son increíbles. Hasta la voz funciona diferente, trabajás a otra frecuencia.

–¿Creés que salió todo lo que viviste de chica?

–Y... grabar el disco fue como un viaje en el tiempo. Salió todo lo mamado en la infancia. Pensá que mi vida fue un gran backstage y en mi casa desfilaba todo el mundo: ¡los cumpleaños de mi viejo duraban cuatro días! Yo era chiquita y jugaba con el hijo de Mercedes Sosa y con los hijos de Dino Saluzzi. Los niños jugaban mientras los padres tocaban. ¡Si hasta nos íbamos de gira todos juntos!

–Entre la voz ronca de los ochenta y la folclorista de hoy, ¿dónde queda la cantante de hotel de los años noventa?

–Mirá, el anonimato también ayuda. Cuando acá la cosa se puso mal por el tema de la inflación, nadie tenía laburo. Yo acababa de hacer Languis con los Soda y le pedí a Gustavo Cerati que me llevara de gira. Me dijo: “¡Yo no te voy a llevar a vos de coros”! Pero no tenía laburo y entonces me fui a España a cantar en hoteles, y ahí me pude comprar una casa. Los primeros días, la gente no me daba bola. Tocabas muy fuerte y te chistaban; eras un mueble que estaba ahí para servir.

–Y después fuiste una de las primeras coach vocales, ¿no?

–En realidad ya lo era acá. Cuando llegué a España, eso no lo hacía nadie, así que me fue bien. Trabajé con Alejo Stivel, y con su empresa hice veintipico de discos. Después me abrí sola.

–¿Nunca te dormiste pensando que el gran talento de tus padres tarde o temprano aparecería en tus genes?

–¡Nunca me dormí! Para empezar, no tengo el talento de mi viejo, esas cosas son irrepetibles. Lo mío es tenacidad y trabajo. Pero bueno, algo debo tener.

Con esa banda no hay historia

Viuda e Hijas de Roque Enroll fue más que una banda de chicas. Su presencia en la escena musical de los años ochenta las empardan en importancia con Soda Stereo, Virus, Zas, Los Twist o Los Violadores. Que su impronta fresca y divertida no fuera formateada para hacerlas durar más jamás fue ni será su culpa.

Mavi no ve aquella época ni a sus amigas más que con cariño: “Fue lo mejor que me pasó en la vida: tenía 20 años, estaba buenísima, estaba con mis amigos, ganaba plata, ¿cómo no lo voy a recordar con cariño? Fue una época genial: sonábamos súper, las chicas eran músicos impresionantes y las cosas nos salían muy fácil.

Además, nos divertíamos: ¡para las giras hacíamos un casting de técnicos! Estábamos en el hotel, a la noche, y elegíamos a alguno. Y para dormir siempre nos vestíamos las cuatro iguales. Era como una cábala. Usábamos ropa interior Calvin Klein, cada una con un color distinto. Nos poníamos las remeras que nos regalaban los de sonido, de repente decíamos, por ejemplo, ‘hoy, el iluminador’, nos íbamos todas a la habitación del pibe, le rodeábamos la cama, le hacíamos interrogatorios y le hablábamos y... rock and roll.”

jueves, 11 de septiembre de 2008

Otra vez me muero . . .



Otra vez siento que estoy mendigándole a un tomógrafo, como si éste tuviera injerencia para cambiar el resultado de lo que ve. Por Fernando Peña.

Y otra vez el tomógrafo dándome instrucciones: “Respire”, “no respire”, “tome aire profundamente”, “respire”… para dentro de unas horas sentenciarme de vida o de muerte. Es realmente maravilloso estar acostado boca arriba mirando ese “bicho” enorme, ese aro que gira sin parar, esa turbinita indignante que chilla estridentemente, y luego las instrucciones para que uno respire o no respire. Y respiro y no respiro. Y aguanto la respiración, y respiro y no respiro y aguanto… y respiro otra vez. Es tan cómodo, una vez que uno se relaja, saber que no se puede hacer nada. Estoy con la aguja en la vena, me están pasando un líquido de contraste que me arde, que me quema, que me da náuseas, obedezco instrucciones, la camilla se mueve hacia adelante y hacia atrás, los ruidos son agresivos, los movimientos abruptos… mi cuerpo está en “boxes”. Es tan denigrante, tan humillante, que si obedeciera a mis instintos me arrancaría la aguja y saldría corriendo del lugar. Pero le voy a dar una chance más a la medicina y una menos a mí, que me prometí no someterme más a agresiones físicas y morales. Y digo una menos a mí porque no siento tanto respeto por mí al estar acostado preso de un tomógrafo operado por una señorita con cara de estar haciendo lo que tiene que hacer. Siento que estoy mendigándole a la vida o, lo que es peor, a un tomógrafo, como si el tomógrafo tuviera injerencia o pudiera tener piedad como para cambiar el resultado de lo que ve. Como si pudiera ponerme una buena nota o hacer la vista gorda al posible tumor o linfoma que podría llegar a tener.

La sensación es espantosa, siento muy poco respeto por mi ser. Merezco morir como una rata rabiosa al salir del Instituto Alexander Fleming; me había prometido nunca más hacerme nada. Pasé un año entero regalando mi cuerpo a sesiones de quimioterapia. Sesiones que duraban cuatro días, sesiones que me dejaban acalambrado, dolorido, desganado, nauseabundo, pelado, blanco, verdoso, gordo, inflamado, morado. Mi aspecto era el de un sapo a punto de reventar. Pasé meses dificilísimos, porque además la certeza de que el tratamiento funcione no se la dan a uno de la noche a la mañana, sino que hay que dejar pasar por lo menos tres o cuatro sesiones hasta que un día entra el médico a la habitación y con una sonrisita de esperanza que es como la lucecita que dan las velitas que ponen flotando sobre el agua ahora en los restaurantes te dice tímidamente: “Bueno, afortunadamente el tumor es sensible a las drogas y está comportándose como esperábamos”. Recién ahí empecé a sentir que valía realmente la pena la agresión de meterme veneno por las venas todos los meses durante cuatro días seguidos. Y tampoco así fue fácil.

La quimioterapia es veneno, y no es una metáfora, es veneno de verdad. Mata todo lo que toca, arrasa con todo sin distinción, destruye lo que sirve y lo que no sirve. Te come los huesos, los tejidos, te morfa entero. Te devora sin consideraciones ni contemplaciones. Recuerdo que uno de los medicamentos que me inyectaban tenía que estar envuelto en papel metálico tipo rollito Ben, el que usaba mi madre para cocinar cuando era chico, porque no podía estar expuesto a la luz del día. Recuerdo que cuando salía del Fleming, al cuarto día, vomitaba los veintiséis días restantes hasta tener que internarme nuevamente por otros cuatro días. Y así sucesivamente durante ocho meses seguidos. Envenenarme, salir, vomitar, acalambrarme, retorcerme, seguir mi vida como podía, internarme, envenenarme, salir, internarme, envenenarme, salir, vomitar… y todo esto sin parar. Ocho meses sin parar. Si paraba, me moría.

Todo el proceso fue muy difícil. Recuerdo infinitas charlas con Pinky, una maestra en cáncer; Pinky debería dar clases en los hospitales. Gracias, Pinky querida.

El tratamiento también te pudre psicológicamente. La gente me miraba el doble de lo que me mira ahora, me miraba no solamente por famoso sino porque es raro ver a un tipo sin pelo, sin cejas y verdeamarillo. El color del cáncer no es el negro, es el verdeamarillo, ese verdeamarillo premuerte, como el que tiene la papa. Verdeamarillo premuerte parece un nombre ridículo de esos que traen las cartillas de pinturas. La gente tampoco sabe cómo abordar el tema, algunas personas ni lo mencionan, otras se le atreven con torpeza, y otras te dan fuerzas y consejos que escucharon al pasar. También me llegaban a la radio recetas de sopas. Nunca olvidaré la receta de una señora que me recomendaba tomar una sopa de pescuezo de gallina con porotos, no sé cuántas cabezas de ajo, ají picante, jengibre, cartílago de no sé qué animal y otras miles de verduras mágicas. Una vez caminando por la calle Gascón rumbo a la Fundación Huésped otra señora que barría la vereda me invitó a su casa a desayunar. Los oyentes me mandaban datos de chamanes, de videntes, de curanderos. Me recomendaban clínicas en los Estados Unidos; creo que nunca en mi vida escuché tanto las palabras “Clínica Mayo”. Me llegaban cartas con miniaturas de crucifijos, imágenes de santos y de vírgenes, cintas de colores, medallitas e infinidad de fetiches. Gracias a todos. Gracias de verdad. Ya pasó.

Todo eso ya pasó… Louise Hay pide que tengamos mucho cuidado al elegir las palabras que usamos para hablar de las enfermedades y cómo las encaramos. Yo tuve un linfoma no Hodgkin en el riñón izquierdo y pude destruirlo, vencerlo, derrotarlo, hacerme amigo, o curarme, como corno quiera Louise que le diga. Pasaron casi seis años y otra vez una manchita, algo que a mi oncólogo no le gusta, otra vez el miedo, no tanto a la muerte sino al dolor, a no poder vivir como quiero, a no estar del todo sano. Otra vez el desafío de juntar fuerzas, otra vez apoyarme en mis amigos, otra vez recurrir al método de contarlo para exorcizarlo. Otra vez concentrarme para que la cabeza me responda y no me juegue una mala pasada.

¿Otra vez?, ¿otra vez todo eso? Sí, otra vez. Otra vez porque me quedan cosas por hacer, otra vez porque soy un cagón, otra vez porque soy valiente también, otra vez porque soy gallego, otra vez porque tengo OSDE 450, otra vez porque me quiero, otra vez porque me odio, otra vez porque me mentí, otra vez me faltaré el respeto, otra vez lo haré, otra vez porque amo la vida, otra vez porque me encanta coquetear con la muerte, otra vez por Pinky, otra vez por el doctor Chacón, otra vez por mis oyentes, otra vez por los que no pueden acceder a estos tratamientos, otra vez por María, por mi novio, por mis amigos, por este trabajo de escribir, por el teatro, por Charly, por Maradona, por ver a Lanata en el Maipo, por el gordo Bergara Leumann, por mi perra Mono, por volver a almorzar con Mirtha, otra vez para escucharlo a Lalo, a Hanglin, a Víctor Hugo, a Dolina y a la Negra. Otra vez para volver a Broadway a ver teatro ahora que me dieron la visa para entrar a los Estados Unidos… Otra vez… Otra vez por todo eso y mucho más, y otra vez por muchísimo menos también, muchísimo menos, como por ejemplo comer un cuernito de grasa o tomar un whiskicito. Otra vez parece que me muero, otra vez trataré de no morirme, sí, otra vez, otra vez porque no hay más remedio, otra vez, otra vez… por mí…

jueves, 4 de septiembre de 2008

Eqqus . . .


Daniel Radcliffe, el actor famoso por su papel en la saga cinematográfica Harry Potter, debutó ayer en el teatro en Londres, en el estreno de la obra Equus, con buena acogida por parte de la crítica. Tras el polémico desnudo del actor, ya de 17 años, parece que los críticos ya se fijan en otras cosas aparte de en su cuerpo.

El Daily Mail ha asegurado que "ha dejado atrás a Harry Potter", mientras que el prestigioso The Times le califica de "actor seguro". The Independent afirma que su actuación es "convincente en el mejor papel de teatro para un adolescente. The Daily Telegraph también se deshace en elogios: "El brillante Radcliffe se ha quitado la capa de Harry Potter. Es un emocionante actor teatral de un registro y una intensidad inesperados".

En cuanto al público congregado en el auditorio, no pudo por menos que aplaudir puesto en pie tras la interpretación de Radcliffe del joven Alan Strang, "obsesionado sexualmente por los caballos". Las fans femeninas esperaban al actor a la salida de los artistas del teatro Gielgud, pero no pudieron atraparle. Las entradas se agotaron, y varios famosos acudieron a ver a Radcliffe, entre ellos el actor Christian Slater, que afirmó: "estoy impresionado, Daniel ha realizado sobre el escenario un trabajo increíble".

Radcliffe minimizó en la BBC la importancia de desnudo: "Lo esperaba. Habría sido estúpido si pensara que nadie hablaría de ello. Pero no es una parte importante de la obra, apenas cuatro minutos". Entre los fans y los padres de éstos ha habido mucha controversia por su causa, pero todo parece haber sido superado. El actor comentó que no buscaba tampoco distanciarse de su personaje de Harry Potter: "Lo hago porque creo que es una gran obra".

miércoles, 3 de septiembre de 2008

lunes, 1 de septiembre de 2008

Claudio Tolcachir, con nueva apuesta


Luego del tremendo éxito de La omisión de la familia Coleman, llega Tercer cuerpo

Después del éxito que significó -y todavía significa- La omisión de la familia Coleman , Claudio Tolcachir volvió a sentarse a escribir un texto para llevar a escena. Así, desde esta noche, a las 23.15, Tercer cuerpo ocupará el espacio que tomó durante tres años tan particular grupo familiar -que durante los próximos seis meses estará de gira-, es decir los fondos del PH de Boedo al 600.

"No te voy a negar que lo que sucedió con los Coleman significó una presión pera mí, pero no tanto por las expectativas de los demás, sino porque me gusta llegar a hacer lo que yo creo es lo mejor. Y en ese proceso sufro mucho, dudo de todo, soy demasiado exigente y no paro hasta que no siento que la cosa funciona", resume Tolcachir más contento que sufrido ahora que está por estrenar.

En Tercer cuerpo , Tolcachir se mete en la vida de un grupo de personas que trabajan en una oficina. "Nunca se sabe bien qué hacen o por qué se están quedando solos, como olvidados. A diferencia de los Coleman -que eran personajes a los que les sucedían cosas pero que no hacían nada para modificar su situación-, éstos hacen de todo para mejorar sus vidas pero les sale mal, no lo saben hacer", sigue el director que eligió para su elenco a Ana Garibaldi, Hernán Grinstein, Magdalena Grondona, José María Marcos y Daniela Pal. Algo de núcleo por donde va la pieza se resume en una frase de Cesare Pavese: "Te sorprende que los otros pasen a tu lado y no sepan cuál es tu pena, tu cáncer secreto; y cuando pasas junto a tantos y no sabes ni te interesa cuál es la pena y el cáncer secreto de ellos...". Para ahí miró este director, dramaturgo y actor cuando pensó en el universo de estos seres que mantienen ocultos sus sueños más profundos frente a la mirada de aquellos con quienes comparte gran parte del día: "En la obra hay algo de eso que tratan de ocultar en la oficina hasta que sus verdaderas historias estallan -continúa Tolcachir-. Surgen los intentos fallidos y una tremenda soledad".

-¿En qué tono contás la obra?

- La verdad, no me sale otra forma de contar una historia tan terrible que no sea con humor, uno negro, quizás hasta patético, pero humor al fin.

Cualquiera que se haya emocionado con sus Coleman sabe de qué está hablando.