martes, 30 de junio de 2009

Se estrenará Random, en el Centro de Experimentación platense


Casella armó un equipo que promete A merced del reconocido coreógrafo, seis jóvenes bailarines muy interesantes salen a la cancha en el Argentino

Sin patrón, aleatorio, impredecible; carente de cualquier plan definido, orden u objetivo. Todas estas son posibles definiciones para traducir del inglés la palabra random . De modo que tal vez como elección arbitraria -o quizá sean los movimientos los arbitrarios-, el coreógrafo Carlos Casella llamó así a su nuevo trabajo, una obra comisionada por el flamante Tacec (Teatro Argentino Centro de Experimentación y Creación), que se estrenará pasado mañana. Con esta puesta, quedará inaugurado un espacio para 140 espectadores ubicado debajo del escenario de la gran sala Ginastera.

Pero antes de que la idea de caos les gane a las de investigación y creación -es a sus frutos que se orienta este centro-, con gran experiencia detrás, Casella apunta: "El espectáculo alude a ese momento inespecífico e inesperado donde aparece el azar alterando el orden... Ese movimiento incongruente, imprevisible, genera a veces un monstruo de caprichosa belleza". Y si para la danza contemporánea local un estreno de Casella siembra, en sí mismo, una semilla de expectativa, más prometedor resulta esta vez reparar en el equipo que el señor Descueve armó para salir a la cancha.

Se trata de seis jóvenes habitantes del circuito de la danza y el teatro independiente de nuestro país, que pese a sus cortos años ya han dado muestra en su carrera de unas cuantas buenas acciones. Varios de ellos, inclusive, conectados entre sí.

Es el caso de Leticia Mazur, artista de sólida formación aquí y allá, y también más allá de la danza, que en la última década trabajó -como bailarina y también como coreógrafa- en infinidad de espectáculos: del Villa Villa, de De la Guarda a la halagada y exportada Secreto y Malibú, de Diana Szeinblum, y más acá en el tiempo, la Guaranía, de Casella, su magnífica creación como coreógrafa llamada Ilusión (2008) y Los quiero a todos (2009). En tren de conexiones, en estas dos últimas obras Mazur trabajó con la segunda de las tres mujeres que tendrá Random , Margarita Molfino, bella bailarina que conquistó al público de la danza contemporánea con su fascinante rol en el dueto romántico que fue Ilusión -obra que, tras su éxito, planea reposición para este año-. La tercera dama que les pondrá el cuerpo a los azares de esta pieza es Noelia Leonzio quien, como Molfino, fue partícipe de la Planicie Banderita, de Andrea Servera, supo sumarse al Grupo Krapp en tiempos de Mendiolaza, yrecientemente se la pudo ver en el Festival Ciudanza como intérprete de una versión outdoor de aquel Amanecer moscovita que Pablo Lugones creó y dirigió este año para el ciclo Menores de 25 del Rojas.

Y con esto se enlaza un nuevo eslabón en la cadena de antecedentes, puesto que Leonzio y Lugones ya habían hecho juntos Alaska , de Szeinblum, y Montecarlo , de Casella (y de Szeinblum y de Casella hay que remarcar su influencia en la generación posterior). Lugones aparece más fresco en la memoria como uno de los seis actores que Lola Arias puso en escena en la reciente Mi vida después , esa sencilla y a la vez tan compleja puesta de una colección movilizante de relatos en la que el bailarín platense, nacido en 1983, dejó ver entre muchos otros atributos su pasado folklórico.

Todavía en cartel con Pura cepa , el muy físico Lucas Cánepa (ex De la Guarda y Fuerza Bruta) se suma al dream team de Casella, que tiene en Mariano Kodner su sexta pieza, la más actoral. Dream team que por sus relevantes cualidades no podría entrañar un verdadero imprevisto ni un auténtico random .


Random, obra con coreografía, idea y dirección de Carlos Casella.

Tacec, Calle 10 y 53. Pasado mañana, el viernes y el sábado, a las 20.30; el domingo 5, a las 17. Entradas: 5 pesos. Más información: 0800-666-5151.

lunes, 22 de junio de 2009

Fernando Peña: Crónica de una muerte anunciada


El actor y conductor de radio murió ayer a los 46 años, de un cáncer de hígado. Desde hacía 8 años era portador de HIV. Polémico y transgresor, compuso una galería de entrañables criaturas. Hasta la semana pasada condujo "El parquímetro" desde su casa. Estaba realizando un documental sobre su enfermedad.

Lo que pasa es que yo me hago mucha mala sangre", solía bromear Fernando Peña sobre su enfermedad y su muerte siempre inminente, temas recurrentes desde hace ocho años, cuando declaró públicamente ser portador de HIV y decidió transmitir su ciclo de radio, El parquímetro, desde la clínica donde le aplicaban quimioterapia.

Actor de teatro y TV, inefable conductor de radio (elegido dos años consecutivos "Hombre de radio" en los Premios Clarín Espectáculos), personaje mediático, transgresor y entrañable, ayer, a las 16.40, Peña murió en el Instituto Fleming de Belgrano, adonde estaba internado por un cáncer de hígado. Sus restos eran velados anoche en la Legislatura porteña.

Había cumplido 46 años el 31 de enero. Hasta la semana pasada seguía haciendo su programa radial desde su casa. Y, hasta hace un mes, protagonizaba en teatro Diálogo de una prostituta con su cliente.

"La gente que vive apasionada muere joven. Yo imagino así mi suicidio: voy a ir en el auto, a 80 kilómetros por hora, feliz y distraído, y me voy a llevar una columna por delante", fantaseaba hace unos años, cuando su enfermedad parecía controlada. No pudo cumplir ese deseo. La muerte no lo encontró distraído: lo encontró presente, peleando, resistiendo hasta el último minuto.

"Claro que me importa morir, pero más me importa vivir bien", desafiaba, y no era mera provocación. De hecho, cuando una neumonía parecía haberle ganado la batalla, decidió suspender los cócteles y los tratamientos, que cada vez le traían más efectos secundarios y le impedían vivir la vida que había elegido. En este último mes, con un diagnóstico de cáncer terminal alojado en el hígado, Peña supo que esta vez sí era el final: protagonista de su propio reality, empezó a filmar un documental que incluyó imágenes de sus médicos y de sus últimas internaciones. Era su "legado": una manera de desdramatizar la muerte y familiarizar a la gente con la enfermedad, dijo en una última entrevista televisiva.

Nacido en Montevideo en una familia acomodada, con un hermano músico, Federico, y un probable hijo al que nunca conoció, Peña era un hombre feliz. Contaba sin ruborizarse que solía mirar el cielo y decirse a sí mismo "pensar que esto es todo lo que soñaste". Su sueño realizado era hacer teatro en una sala céntrica porteña, vivir de su trabajo, producirse a sí mismo y abastecer a su pequeño grupo de "incondicionales": dos docenas de personas con las que armaba sus espectáculos.

"Me conoce todo el mundo, mamá", decía que le hubiera gustado gritarle a su madre -la imponente actriz y cantante española Malena Mendizábal-, que nunca confió en su talento. Cuando ella murió, en el '97, Fernando Peña no existía. Era, todavía, la misteriosa voz de Milagritos López en un programa radial que conducía Lalo Mir por la Rock & Pop.

Cuenta la leyenda que Lalo lo descubrió en un vuelo de American Airlines, la aerolínea en la que Peña trabajaba como comisario de a bordo. De tanto escuchar a una cubana que deliraba por el altavoz, Lalo la quiso conocer, y así comenzó la carrera radial de Peña. Pero ese no fue, en rigor, su debut. Su primera entrada había sido en la infancia, cuando su padre, el conocido periodista deportivo Pepe Peña, lo llevó a un programa. "Papá, me meo", fueron sus primeras palabras al aire.

De columnista de Lalo, Peña -que había estudiado teatro desde chico, cuando vino con su familia a vivir a Buenos Aires, y había sobrevivido dictando clases de inglés- pasó a su programa propio: El parquímetro (por FM La Metro) se emitía de lunes a viernes de 10 a 14, y fue un éxito indiscutido durante tres años, en los cuales desplegó una enorme galería de personajes que se disputaban el micrófono, superponiendo sus voces (ver Los rostros...).

De La Metro pasó a la noche de la Rock & Pop con Cucuruchos en la frente, un ciclo que no tuvo tanta suerte. Pero ya tenía sus fans. Mientras sorprendía con sus unipersonales teatrales (en los que escandalizaba e interactuaba con el público), el personaje de transgresor que alimentaba para los medios evolucionaba hasta dejar de ser un marginal, temido por sus declaraciones, para convertirse en el "niño mimado" de la TV. Amigo de Jorge Rial, de Juan Castro, de Luis Majul y de Oscar González Oro, todos seducidos por sus opiniones sin filtro, su indisimulable bonomía y la inocencia infantil que se traslucía detrás del personaje.

"Yo no celebro estar vivo, la vida para mí no es maravillosa, es una circunstancia y punto", se jactaba antes de estrenar La burlona tragedia del corpiño, dedicado a su madre y a su abuela, Gloria Ballardo, que lo crió leyéndole a Lorca y a Juan Ramón Jiménez.

Peña dijo alguna vez que si no se hubiera dedicado a actuar, hubiera sido un "puto triste... Un Barreda, un asesino serial". La locura -que había amenazado a toda su familia- era una de sus obsesiones, y la exorcizaba actuando: "Yo a la locura la despliego en el escenario, le tengo pánico a esa gente contenida, tan compuesta".

Decía que no creía en los finales felices, y solía sentirse malinterpretado cuando lo acusaban de provocador: "A mí me encantaría pararme en el Obelisco y decirles a todos: déjenme terminar, pero escuchen bien lo que tengo que decir". ¿Qué? "Que soy un romántico, que no provoco al pedo, que mi provocación tiene un sentido y un rumbo... que la necesito, para poder embellecer el final". Un final anunciado, pero igualmente triste.

jueves, 18 de junio de 2009

Fernando Peña: el artista de la provocación


Murió ayer la figura polémica y multifacética, que dividió aguas con su estilo áspero y frontal

Víctima de un cáncer, el actor Fernando Peña falleció en la tarde de ayer a los 46 años en la clínica Alexander Fleming, de esta capital, donde había sido internado tres días atrás. El anuncio del deceso fue hecho por el animador Matías Martin en FM Metro, donde Peña era figura y hace muy poco ?el 30 de abril último? festejaba los diez años de su exitoso ciclo El parquímetro con una transmisión especial de 14 horas ininterrumpidas.

Nacido el 31 de enero de 1963, en Montevideo, hijo del reconocido y polémico periodista deportivo Pepe Peña, fue una figura multifacética y dueño de un incansable espíritu provocador. Su estilo irreverente, su manera de decir lo que sentía y lo que le parecía no sólo acumulaba multas del Comfer, sino también seguidores que se sentían identificados con sus decires y detractores de dos tipos: aquellos que se escandalizaban y quienes, simplemente, no compartían su manera absolutista de pensar.

A comienzos de 2001 dijo: "La muerte es una obsesión. Desde hace seis o siete años vengo con esta idea de que ya está, de que me encantó pero ya está. Y no es que le huya a algo. Lo que pasa es que me aburro todo el tiempo". Portador de VIH, Peña contrajo el virus en 1987 a través de su pareja, que falleció por el mismo motivo. Se enteró de esa condición en 2000, año en el que desarrolló un linfoma agudo inextirpable. Luego de un severo tratamiento de quimioterapia y cócteles de drogas, logró minimizar la carga viral hasta volverla casi indetectable. "Estaba cuatro días por semana, las 24 horas, conectado a la máquina de quimio. Y a la semana me empezaban los dolores, los calambres, la falta de aire, me dolía todo. Pero, bueno, lo eliminé", confesaba por entonces.

Aunque, según sus propias palabras y los comentarios de sus allegados, ya estaba "cansado". Llegó a decir a LA NACION: "Nunca fui tan feliz como cuando tuve cerca a la muerte. Sentí una paz interna tremenda, una enorme felicidad y una alegría desconocidas". En los últimos tiempos, las preocupaciones sobre su salud reaparecieron, pero a través de un cuadro oncológico. Sólo con el agravamiento del mal fue dejando sus múltiples compromisos: la radio (siguió casi hasta el final conduciendo desde su lugar de internación), el teatro (debió cancelar hace tres semanas su última obra, Diálogo de una prostituta con su cliente ), columnas semanales en el diario Crítica y una gran exposición mediática. La última fue el 17 de mayo, en DDT , el ciclo de Jorge Lanata, frente a Luis D´Elia. Antes, Peña había sido el primer destinatario concreto de los odios del dirigente piquetero, que anoche hizo públicas sus condolencias.

Un actor en el aire

Peña empezó a estudiar actuación a los 15 años junto a Hedy Crilla, y siguió aprendiendo con profesores de la zona norte del Gran Buenos Aires, donde vivió la mayor parte de su vida. Su primera obra teatral fue Shadow Box (1982), en el teatro de Icana, hablada enteramente en inglés. El dominio de ese idioma lo llevó a trabajar varios años como comisario de a bordo en una aerolínea norteamericana (su libro de memorias, Gracias por volar conmigo, se convirtió en un best seller) y ése fue su pasaporte a la fama.

Durante un vuelo tomó el micrófono y les habló a los pasajeros como la cubana Milagritos López, su personaje más querido. Entre los oyentes estaba Lalo Mir, quien no dudó en convocarlo y contratarlo para la radio. Esa fue su primera tribuna.

Pasó por Horizonte (junto a Elizabeth Vernaci), Rock & Pop (con Mir), Energy y la Metro con populares personajes como Palito, Mario Sabino, Martín Reboira Lynch, La Mega, Roberto Flores, Dick Alfredo y Albert. Su mayor éxito en ese medio, junto a Diego Ripoll, fue El parquímetro , blanco del Comfer en tantas oportunidades que debió ser levantado en 2001.

La masividad le llegó a través de la televisión. Un buen día, la curiosidad de Susana Giménez por conocer al hombre de las mil voces la llevó a invitarlo a su programa. "¡Los productores empezaron a correr por todos lados y me pusieron la musiquita!", recordaba hace poco entre carcajadas. Fue cuando se le ocurrió definirse en una forma que lo caracterizaría: "Soy un puto sufrido". A partir de allí se hizo tremendamente popular en muy pocas semanas.