lunes, 9 de junio de 2008

Nota . . . Fernado Peña


¿Pero es definitivo? Me preguntaba la gente cuando era adolescente, y comunicaba mi decisión de tener una vida homosexual. Como si de pronto no fuera importante el deseo y la esencia de mi sexualidad pero sí las formas y los ribetes que iba a tomar mi vida social. Lo que quiero decir con eso es que ya en esa época notaba que para la gente era más importante lo que iban a decir y lo difícil que se me iba a hacer surcar esta vida con el título de “homosexual”, que mi felicidad sexual y espiritual.
Desde los 14 o 15 años tengo clara mi vida sexual, y como carezco de inhibiciones y pudores, comuniqué naturalmente mi “condición”, palabra horrible si las hay. ¿Condición de qué? Mi seguridad plena y total causaba mucha inseguridad en los demás. Para mí era un tema resuelto y lo sigue siendo.
Siempre siento una mezcla de pánico, egocentrismo y vértigo segundos antes de empezar a escribir la contratapa. Y esta vez sentí vergüenza por lo que ustedes iban a pensar de mí al leer lo que ya leyeron si ya llegaron hasta aquí. “¿Peña, otra vez con el tema?”, “¡Peña, basta!”, otro opina a los gritos “¡Fernandito, me tenés podrido con el tema de los putos, por vos los odio!”.
Tranquilos muchachos, tranquilos. El tema de hoy no es exactamente la homosexualidad. Y digo exactamente porque si bien no tiene nada que ver está muy relacionado. Me hincha mucho las bolas ser considerado como el licenciado en homosexualidad masculina, en otras palabras, el Jirafales de los putos. ¡Ta, ta, ta! Quiero decir basta a veces. Paren de recurrir a mí pero es inevitable. Como decía mi abuela Gloria, hazte la fama y échate a dormir. Un periodista de la revista Noticias siempre me dice que yo abrí el aro de goma, abrí el paso a los putos con palo y machete por esta gran amazonia heterosexual.
Hago todo este prólogo porque lo creo necesario. ¿Para qué? Para explicarles a ustedes a modo de currículum vitae, que creo que cuento con la autoridad como para contestar lo que hace rato me vienen preguntando con ansiedad y preocupación amigos, conocidos, enemigos y anónimos. La gran pregunta es: ¿Peña, vos crees en la bisexualidad? ¿Están listos? Acá voy. Metete en el bolsillo antes de que empiece todas tus opiniones. Sé que cuando termines de leer esto, vas a decir, como dicen todos los mediocres, que en vez de escucharme me oyen y en vez de leerme miran las palabras que escribo: “Peña es un puto fascista”. Puede ser y me tiene sin cuidado. Si ser fascista es sinónimo de tener una opinión formada, fascista seré. ¿Te recuerdo la pregunta que me hacen ya hace casi tres años y me tiene la paciencia al borde del desborde? La pregunta es ¿Peña, crees en la bisexualidad?... Respuesta.
A los bisexuales habría que matarlos a todos. El bisexual ama su inseguridad, se regocija en ella, se masturba acarameladamente en ella y con los brazos abiertos se recuesta recibiendo pétalos de rosas de una sociedad que lo espera y en cierta forma lo admira porque no es ni tortillera ni puto. Cuenta con esa licencia, sin embargo es el más perverso, el más dañino, el más maquiavélico. Mientras se toma el tiempo a ver qué es lo que le gusta realmente, lastima con su sexo híbrido a cuanto definido deambule por la ciudad. Es la pirámide al revés. El confundido da la última estocada al definido.
Creo que todos tenemos la capacidad, y cuando digo creo es sinónimo de que estoy convencido, de tener sexo de tener cualquier cosa viva que nos guste y nos provoque deseo. El hambre sexual está correcto. Hasta ahí todo bien. Lección número 1 de Discovery Channel: “Todos los animales practican el sexo homosexual, las gaviotas en la Isla de Pascua” (imaginátelo con voz de locutor y hablando en neutro) “Tienen una forma de bla, bla, bla...”. Sí, divino, pero en los animales. ¿Y en nosotros, los pensantes? Ahí es donde ocurre la injusticia y el bisexual lastima. Siempre comparo el gusto sexual con ir a una heladería. Es tan simple... cuando le pregunto a un bisexual qué le gusta más, si el hombre o la mujer, recibo un largo ehhhhh, que me parece que sobra. En ese momento, lo pongo contra la pared, lo arrincono y le pregunto: “¿A ver, decíme dos gustos de helados preferidos?”. Me contesta: “Dulce de leche granizado y vainilla”. Y yo: “Tenés que elegir uno de los dos”. Y él: “¿Por qué?”. Y yo: “Porque sí”. Y él: “Bueno, dale”. Y yo finalmente remato: “¿Cuál elegís?”. Y él: “Ehhhhh, los dos”. Y yo: “Uno, en el juego no valen dos”. Y él: “¿Por qué?”. Y yo: “Porque en este juego no valen dos. ¿Seguimos?”. Y él: “Sí”. Y yo: “¿Granizado de dulce de leche o vainilla?”. Y él finalmente: “Vainilla”.
Conclusión, puesto a presión el bisexual tiene una inclinación final que lo define, que le tumba la balanza, que hace que ninguna cuenta le cierre, que ninguna de sus teorías grandilocuentes sean efectivas. Y esto es qué es lo que lo termina de unir afectivamente con un sexo o con el otro. Elegir nuestros afectos es estar maduro. El bisexual es inmaduro. Malo. Volvamos a las fuentes de una vez por todas, a la palabra malo. Sos malo bisexual. Mirá que es jodido lastimar a un hombre y a una mujer al mismo tiempo con un común denominador: el sexo. ¿Y te gusta ser malo? Sabés que creo que no, pero ante mí que soy tu novio y ella que es tu novia, sos malo. Malísimo. Tan malísimo, que ni siqueira tu madre tuvo la culpa. Por eso ella y yo ayer tomando un café quedamos en que no sos un hijo de puta. Pero vos sabés lo que te gusta. Lo sabés perfectamente bien. Es tu última imagen antes del orgasmo. Eso es lo que querés. Lo que te ayuda a acabar. Entonces ayudanos un poco y acabá con esto de una vez por todas, si vos sabés.
Pensando en hadas, violadores, mujeres voluptuosas, hombres pijudos y culos hermosos. Pensando en bradpitts y en angelinasjollies, todos tenemos la capacidad de ser bisexuales porque la sexualidad es una construcción mental. ¿Qué querés que te aplaudamos porque lo lograste? Vos revolcándote en una king zise y toda la sociedad: “Ohhhhh, goooool del bisexual... barrilete cósmico cómo lo lograste”. Sí, eso es lo que querés. El aplauso de los decididos. Las loas de los definidos, que vos pensás te envidian tu dualidad. ¿Sabés cuál es el problema? Hay corazones en juego. El mío, el de ella y el tuyo. Como decía mi tía Yolanda, la mentira tiene patas cortas y te vamos a sacar, chitrulo. ¿Cómo? Muy simple: en una noche de angustia ella me llama porque sospecha. Yo agradezco su llamado porque sospecho, sacamos las agujas y en una telaraña de crochet tejida por ella y por mí, te atrapamos tontito y ya no podés salir.
Para curarse de la herida que provocaste es un duelo de un año para ella y para mí.
¿Y para vos, que seguirás lastimando? Tapate los ojos y mirá la respuesta:

POR COBARDE Y VANIDOSO TU VIDA SERÁ LA MUERTE.

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