lunes, 21 de abril de 2008

Cuidado con los huevos . . . Fernando Peña


Uno no para de aprender cosas en esta vida. El miércoles cuando llegué a casa después del cine, María, la señora que trabaja y vive en mi casa, me miró con cara de alerta nacional y exclamó: “¡Fer, la gallina no es buena ponedora, se come los huevos!”

De más está contarles que tengo un gallo y una gallina en el jardín de mi casa, pero no sabía que había malas y buenas ponedoras. Lo que esta gallina hacía era picar la cáscara del huevo que ponía y se lo comía. Automáticamente pensé en el instinto maternal, ¿no existía en esta gallina? Me puse a pensar detenidamente en este punto.

Al principio me causó mucho rechazo y bronca que la gallina hiciera eso con su propio huevo. Me dieron ganas de abrir la puerta del gallinero y dejarla escapar, de desplumarla y hacerla al horno aunque no me provocaba demasiado comerme una mala madre.

Enseguida me acordé de Jorge Luz. Jorge y yo trabajábamos juntos en el año 2000 en la televisión, en un programa que se llamaba Viva la diferencia. Una noche, cuando llegué al estudio, destrozado del estomago –me había comido un carpincho el día anterior y tenía un dolor indescriptible–, pensé que me iba a morir, pensé que iba a reventar.

En seguida Jorge me recordó uno de sus cuentos: me contó que estando de gira en Santa Fe, en un restaurante, se levantó de la mesa para ir al baño y vio sobre el mostrador del boliche una vizcacha al escabeche. La vizcacha estaba aplastada contra el vidrio del frasco en el que estaba encerrada y lo miraba fijo con el gesto con el que había muerto. Con la cara del segundo fatal de cuando le habían pegado el tiro final.

Esto a Jorge le había causado muchísima impresión. Nunca más pudo comer una vizcacha al escabeche. Esa noche, cuando le comente lo del carpincho, me dijo:

–¿Sabés qué pasa?

–¿Qué?

–Te estás comiendo toda la rabia del bicho cuando lo mataron… es bravo el tema, por eso estos animalitos preparados así caen como el culo.

¿Por qué la gallina se había comido su propio huevo, su futuro hijo? Comparé el episodio con las madres que tiran a sus bebés por el inodoro o a los tachos de basura en las calles. Eso nunca lo pude entender… La verdad es que, personalmente, no me gustan demasiado los chicos y tengo claro que jamás adoptaría uno: no sirvo para criar.

No tengo por ahora ni la paciencia ni el amor necesarios, pero de ahí a tirarlo o comérmelo hay una distancia enorme. ¿Por qué algunas madres se deshacen de sus hijos? ¿Por qué algunos padres también? El descarte de un hijo, además, no es solamente físico. Es no hablarle, no escucharlo, no notarlo, no quererlo. Y me detengo ahí, en no quererlo. Hay padres que no quieren a sus hijos. Me refiero al querer como sinónimo de voluntad. El querer como sinónimo de ganas, como cuando se dice que uno no quiere tener perros o gatos.

Muchos hombres y mujeres se sienten amenazados con la llegada del hijo o la hija. Los celos que produce la idea de que ese nuevo miembro de la familia conquiste a su pareja hace a veces que la gente no sirva como padres.

Los de clase media a alta piensan que tirar a un hijo a la basura o por el inodoro es de negros o de pobres. He visto muchos padres de clase media o alta, o bien educados, o como los quieran llamar, que ahogan y matan a sus hijos cotidianamente, sin darse cuenta de que lo están haciendo, sin conciencia ni nada.

Antes de tener un hijo es imprescindible preguntarse si lo vamos a poder querer. Sí, sí, leyeron bien. No es tan fácil querer a un hijo, no es tan natural. Debemos preguntarnos si queremos tener un hijo o es simplemente un capricho cultural y social.

Percibo que hay parejas que sienten que sin hijos son menos pareja, que no se aman lo suficiente o que serán mal vistos por sus amigos, sometiendo a la vidita por venir a llenar una catarata de carencias y de estatus varios que adornan y engalanan sus vidas. Seamos valientes y responsables a la hora de “encargar” un hijo. Basta de decir: “está esperando familia”.

No están el tío, el primo, la abuela ni el cuñado dentro de ese vientre. Hay una persona, una vida que en muchos casos se beneficia más no viniendo al mundo que viviendo con ciertos padres. No es tan grave no tener hijos si realmente no los queremos, lo gravísimo es tenerlos por inercia, porque sí, a lo conejo, al por mayor, como quien colecciona muñecas, como quien pone huevos y se los come.

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