domingo, 24 de agosto de 2008

Los miedosos popes de la tevé - Fernando Peña


Las cosa se va a poner fea cuando acabe Beijing. Cuando lleguemos a casa y ya no nos vayamos a China de viaje como nos estamos yendo ahora, ¿qué haremos? Cuando la televisión caiga otra vez en su programación habitual, tendremos que padecer ooootra vez la adormecida y tibia televisión argentina.

Redefinamos hoy el término “televisión”. En cada reportaje que me hacen una de las últimas preguntas es: “¿Y cómo ves la televisión de hoy?” Uffff. La televisión es un simple aparatito que muestra, no refleja, la vida tal cual es. Nunca nos cuestionamos lo que vemos a diario en la calle. Cuando nos sentamos en un bar y miramos para afuera no debatimos sobre lo que estamos mirando.

La gente pasa, suceden cosas en todo momento, se dan situaciones estrafalarias y nadie analiza lo que ve. Lo ve y punto. Veamos la televisión y no hablemos más del tema. Sobreintelectualizando vamos embruteciendo, vamos perdiendo sensibilidad, es como escribir una teoría de lo que sentimos al comer un helado de dulce de leche. Agarrá el cucurucho, chupá y tragá y callate.

Lo mismo deberíamos hacer con la tele. Deberíamos volver a drogarnos con Toddy para mirar sin culpas Popeye o Los picapiedras. No pensábamos en nada y sin embargo no era la tele una fábrica de ignorantes. Están de moda ahora dos estupideces, bien estúpidas, como todo lo que está de moda; una de ellas es decir que uno no usa celular y la otra es decir que uno no ve televisión. ¡Pero por favor! No le creo a nadie que diga alguna de esas dos cosas, a no ser que viva bajo tierra; la información, la comunicación, la televisión y la radio son como un virus electrónico que penetra en el tejido social y está muy lejos de nuestro control detenerlo.

La masa que pasa por una vidriera de una casa de electrodomésticos siempre, aunque sea por un segundo, pispea la imagen que muestra el televisor en exhibición. Puede usted ser una vieja alemana nazi que vive en Martínez en un piso 14 cobrando los quince mil euros de rentas de su führer muerto, odia a la Argentina y a los argentinos porque somos todos latinoamericanos y usted no puede, usted señora, no conocer a Tinelli ni importarle con quién almuerza Mirtha, pero seguro que tiene tele, aunque sea para mirar, como usted dice, sólo los canales de cultura, ballet y ópera. Pero usted mira televisión.

Basta de irla de inteligentes, seamos inteligentes de una vez y sepamos que disfrutar de la televisión no es un pecado y tampoco significa que uno es un bobo. Encendé la tele y escuchá de lo que quiero hablar hoy.

El problema de la televisión de hoy no son sus televidentes, son sus productores, sus dueños, sus directores artísticos. Estas amas de casa en pantalones y corbata que en lo primero que piensan es en “cómo lo tomará mi madre”, como me dijo una vez un “groso” de la tele. Estos corderitos disfrazados de lobos que lo único que quieren es un buen rating no saben cómo conseguirlo. Lo único que hacen es copiarse los unos a los otros, copiar formatos extranjeros y arrancarse las pestañas para ver quién le pone más guita a Ricky Martin, la nueva madre soltera que con sus mellizos empañó a los mellizos Pitt-Jolie.

Estos mediocres ascendidos devenidos en peces gordos siguen conservando su pulpa prudente a la hora de programar sus canales, cansando a una Doña Rosa que en cualquier momento los saca de sus cómodos sillones de cuero a plumerazos en el orto. La programación que ofrecen es una estafa, muchachitos.

Me llamaron muchísimas veces para hacer televisión, el cuento y la promesa siempre es la misma: “Queremos hacer un programa diferente, desacartonado, que no se parezca a nada, corrernos de Gianola y alejarnos de Petinatto… va a ser totalmente original, muy bien producido, vamos a salir a la calle y hay unos pibes nuevos guionando que tienen una cabeza increíble”. Desconfío de la oferta, la rechazo y un mes después veo la promo de aquel programa que me habían ofrecido y ya huele a fracaso, a ya visto.

Anteayer me llamó un productor de un importante programa de televisión que esté entre lo mejorcito de lo que se ve para proponerme hacer un test, un remanido y tonto test que queda viejo, forzado y caduco. Tomé aire antes de contestarle que sí y como un rayo al centro del cráneo retumbó el trueno del definitivo no.

“No, no lo voy a hacer, sabés, decile a tu jefe que ya no es novedad que yo haga un test, que por favor se anime a hacer otro tipo de televisión, a nadie le interesa que Peña conteste preguntontas, como diría Portal, decile que si quiere que el programa explote en rating que consigan un burro erecto, yo encremado y dado vuelta contra una puerta de establo y que lo vendan para el próximo bloque”. Se rió y me cortó.

Para ir al programa de la Legrand también fueron idas y vueltas eternas de conversaciones con condiciones absurdas entre mis productores y los de la señora. Todos tenían pánico, no miedo, pánico, terror. Señores productores de televisión, entiendan que no se puede hacer televisión con miedo y mucho menos con precaución.

La verdadera televisión es la que muestra YouTube… la vida, como es. Un pendejito de 13 años con una handycam filma como mea un Mercedes nuevo estacionado en la puerta de su cuadra en un barrio paquete de Viena y en un día logra millones de visitas sin ningún “genio” o “creativo” que calienta sillones al pedo.

La sociedad quiere verse de una vez por todas y para eso hay que mostrársela tal cual es, sin preproducción. Necesitamos conductores que miren a la gente y no a la lente, conductores que dejen de hacerle la genuflexión eterna a los pnts, que muestren lo que hay detrás del cartón pintado. Conductores vivos.

Se esta dando vuelta la torta y los televidentes son fieras, tiburones que ahora quieren cuerpos frescos en el mar, mientras los popes de la tele se atrincheran aterrados detrás de escritorios con almanaques que se vencen y grillas sin propuestas originales.

Televisar Youtube es una salida que varios ya están utilizando, pero en cuanto la doña se aggiorne y se compre una laptop te apagó la tele, querido pope. De Francella y Peña estamos hartos, Rony travestido en esos trajes espantosos que le ponen no me cierra, Maru Botana me grita y me ordena que sea feliz, el momento light al final del noticiero proponiendo que le pongan un nombre al panda recién nacido me tiene harto.

Pachu y Pablo ridiculizando lo ya ridículo me retumba y me redunda, era novedoso en la época de Casero y tiene una textura diferente en el teatro, pero no a las ocho de la noche mientras estoy condimentado la colita de cuadril, me aburrió. Prefiero ver a los pastores brasileros que por lo menos son verdaderos. No los veo, mis queridos popes, gerenciando la TV que viene. Renuncien con dignidad y que dirija el pendejo de trece.

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