viernes, 1 de agosto de 2008

Virginia Innocenti: "Me tocó ponerle el cuerpo al horror"


Hacía tres años que no hacía tiras en televisión porque estaba dedicada a la música. Su personaje de Nacha en "Vidas robadas" (Telefé) la devolvió al ruedo en su mejor momento como actriz. Cómo armó esta víctima-victimaria: la más intensa en su galería de mujeres contradictorias y fuertes.


Delgado límite entre la víctima y el victimario le tocó en suerte a Virginia Innocenti. Presa de una potente red de tratantes de personas, Nacha -su atormentada criatura en Vidas robadas (Telefé, a las 22.30)- supo construir su débil castillo de naipes dentro del horror. Pero con la muerte de su esposo, Astor (Jorge Marrale, líder de la banda), por estos días el personaje camina por la cornisa y la actriz parece encontrar su punto de ebullición. "Siento que es una malabarista intentando equilibrio sobre tacos aguja", juzga.

La mujer del nombre y el apellido de la pureza (virgen e inocentes sería el significado de cada palabra) se acomoda entre reflectores apagados. Su casa de ficción está vacía, al igual que el resto de los decorados de los estudios de Martínez. Se aproxima la medianoche y ya huyeron los técnicos, los asistentes y el resto del elenco. Está extenuada por algo más que las diez horas de grabación: hoy derramó litros de lágrimas y haberle puesto el pecho a tanto calvario le pesa. "Me tocó ponerle el cuerpo al horror, pero alguien tenía que hacerlo, ¿no? Esta es un poco la función del arte", suelta, ya más serena, para lograr una radiografía del personaje.

Nacha fue víctima, pero su presente parece emparentarla más con el rol de victimaria. ¿No tiene también su costado culpable al apañar una red mafiosa?

No, es una víctima de esa red de prostitución y esclavitud sexual. De hecho fue vendida por su hermana cuando era chiquita. Pasa que el destino o la suerte le pusieron a Astor (Marrale) en el camino, quien se enamoró de ella, la sacó de ese mundo y la hizo su esposa. Pero no deja de ser ella alguien que sigue atrapada.

Pero hace la vista gorda a un drama que también vivió...

No tiene otra chance. Es eso, la muerte en vida o la muerte. No tiene posibilidad de elegir. ¿Qué otra posibilidad había si no seguía a su marido? ¿Matarse? Es difícil emitir un juicio con el personaje. No es que quiera defenderla, pero es complejo, sus sentimientos no son tan lineales. Su fidelidad supongo que tiene que ver con muchísimos factores: con sentirse en deuda con él, agradecida y asqueada del mundo también.

Una relación perversa, lo que se llama el síndrome de Estocolmo (el secuestrado muestra lealtad al secuestrador)...

Sí, hay que pensar que gente tan maltratada de pronto encuentra cierto clima de seguridad. Quien la rescató es su salvador en algún punto, aunque no le termina de dar libertad. Ella siente que le debe la vida, porque pudo haber seguido prostituyéndose o estar muerta como muchas chicas. Pero su dolor no puede lavarse. Nacha es una equilibrista siempre al borde del abismo. De alguna manera, en la relación entre Nicolás (Juan Gil Navarro) y Juliana (Sofía Elliot, cuyo caso se inspiró en Marita Verón) se cuenta lo que pudo haber sucedido con Nacha y Astor.

¿Vos también pudiste involucrarte en el caso Verón y otros parecidos, como lo hizo Soledad Silveyra, por ejemplo?

Con Susana Trimarco (madre de Verón) nos encontramos en el programa de Mirtha Legrand y en la Legislatura porteña. Me causó dolor. Estuvimos agarradas de la mano largo rato y hablé con otros papis. Lo maravilloso es que ellos agradecían que a partir de la novela hay gente que empezó a animarse a denunciar la presencia de prostíbulos. Siempre que puedo pido que en las notas incluyan la página de la Red Alto al tráfico y la trata y la explotación sexual (www.ratt.orgr). Que la gente se remita ante denuncias o sospechas. Humildemente, estamos cumpliendo un rol social.

¿Nacha va a tomar las riendas de la organización, con su marido muerto?

Es un personaje bisagra que puede definir las cosas. Se debate entre cómo le gustaría que fuesen las cosas y cómo son. ¿Escapa? Es peligroso. ¿Se une? Puede ser, no hay otro camino. Por eso Dante (Adrián Navarro) y Nicolás (Gil Navarro) la siguen tan de cerca. La saben vulnerable. Ellos la quieren para un triunvirato. Puede que ella, sin brújula, se apoye en Dante. No se sabe para dónde va a disparar. En lo más profundo de su ser es probable que quiera volarle la cabeza a esos malvados.

Casi tres años pasaron desde que Innocenti apareció en pantalla chica con continuidad (Hombres de honor). La música la tenía instaladísima y con buenas razones: "Me interesó expresarme desde allí. A mí me interesa en realidad contar cuentos y todas las maneras que tengo a mi alcance me gustan. Gran parte del tiempo que me dediqué a la música fue porque dije No quiero sufrir más ni mentir más jugando. Me pregunto, ¿qué quiere en este momento mi alma? Quería reírme mucho, quería luz". La "desintoxicación" le calzó como anillo al dedo para volver recargada a un ámbito que le exige roles intensos.

Pareciera que siempre interpretás a mujeres fuertes, de mucha presencia. ¿Es así?

Sí, son personajes fuertes. Pero ojo que yo puedo actuar una sumisa, de hecho en el fondo mi personaje es un animalito desesperado y necesitado de amor. Se ve que me ven funcionando en personajes enérgicos y por lo general llaman siempre para eso. Será una cualidad, una capacidad que no es tan fácil de encontrar, por eso insisten... Aunque a veces dudo de que los personajes sean siempre así. Quizá yo me encargo de ponerles ese color.

¿Por qué?

Porque me gusta desplegar una paleta amplia. O si lo pensamos de manera musical, desplegar un registro amplio. Todos mis personajes tocan como una amplia gama de colores. En cine, como en teatro y TV, he tocado todas las cuerdas.

Todas esas cuerdas a las que se refiere remontan en los últimos años a títulos televisivos como Campeones (donde era cantante de salsa y pareja de Osvaldo Laport), El hombre (donde era la amante del candidato a presidente, interpretado por Oscar Martínez), Hospital público (donde era la médica luchadora) u Hombres de honor (aquí también la esposa de un mafioso, Gerardo Romano). Su currículum concentra más de 50 productos, que incluyen cine (Iluminados por el fuego o Gatica, el Mono por nombrar algunos) y teatro.

La puerta de su vida personal la deja cerrada. "Soy no mediática por elección, me vengo negando sistemáticamente a hablar de mi privacidad. Bastante expongo mi alma y mi cuerpo. Un actor no es como un guitarrista. El actor es su instrumento y si no está afinado se corre de su centro", advierte la nieta de boloñeses e hija de un italiano, que se crió en Caballito, en el marco de un colegio religioso "donde las monjas habían leído a Piaget. Todavía tengo la imagen de la Madre superiora con la falda corta, y bailando y riéndose. Yo era la menor de cuatro hermanos, ellos le pidieron a mis padres que me trajeran al mundo, porque parece que estaban todos aburridos", cuenta. "Yo digo que nací con los zapatitos de tap, con la responsabilidad de alegrar a cinco personas. Esa expectativa me signó".

A los 12 años se formó con Ricardo Passano y de allí en adelante pasó por las aulas de Ricardo Bartís, David Amitín y Eric Morris. Pero dice que el tiempo no borró jamás la primera lección teatral: "Passano decía que en la vida no se puede ser tibio. Y es verdad. Si uno termina por el medio recibe las pedradas por los dos lados. En la vida hay que tomar partido".

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